Estereotipos

Usted es así. Así como es. Y así va a morir, idéntico a usted mismo, porque así ha decidido la gente que usted muera. A la gente le fascina decir que es imposible conocer a otra persona. Pero en el fondo no lo cree, no, la gente está segura de que conoce a todo el mundo de memoria. Y quizás para sentir que nada se le sale de las manos, tal vez para no perder el tiempo en la vida de los otros, dice las frases maleducadas que sabemos: “todos los hombres son iguales”, “todos los franceses son pesados”, “todos los ricos son malos”. Y no hay nada qué hacer. Usted tampoco puede escapar. Usted es algún estereotipo de tantos estereotipos que hay: su clase social, su oficio, su apariencia física lo han marcado para siempre. Y lo único que le queda es vivir allá adentro, no retroceder, no rendirse, no interpretar el papel que ellos quieren que interprete.

No hay juicios ni pruebas a la vista. Estamos todos condenados. Por ejemplo usted. Por cuenta de la ciudad en que nació, del colegio donde estudió, de las universidades por las que pasó, del oficio en el que se ha quedado a vivir como en su apartamento, de la cara arrugada que enfrenta, lleno de valentía, a los espejos, en fin, por cuenta de todo eso, por cuenta de muchas cosas más, la gente que no lo conoce bien, que es casi toda, tiende a pensar que usted, que en verdad vive de su trabajo, que va día por día sin saber muy bien a dónde va, es, por ejemplo, una especie de aristócrata pusilánime que no dice groserías ni tiene verdaderos problemas en la vida: otro niño arrogante de esos que ya ni siquiera se da cuenta de su propia buena suerte.

Así es. Ese es usted. Ya sabe ahora por qué quiere tanto a las personas que quiere: porque no lo han dejado, nunca, convertirse en su estereotipo, porque lo han animado, siempre, a no volverse una figura pública en privado.

Todo empezó en la infancia. Usted no era el vago ni el matón ni el juicioso de gafas del curso. Pero era algún estereotipo. Y todos estaban seguros de que lo conocían de memoria. Todavía más: usted se fue volviendo su caricatura con el paso de los años. La gente lo señalaba con el dedo. Y sólo si iban a su casa, sólo si tenían que hacer una tarea de biología en su habitación, se daban cuenta de que era otra persona: de que era, de hecho, una persona: unas mil caras que guardaban unos secretos, una intimidad, unos talones de Aquiles que aparecían de repente. No era lo usual, no, las sociedades que tenemos privilegian los estereotipos como un gobierno totalitario que quiere negarnos la libertad que da la educación, sustituirnos la compasión por la tolerancia y tenernos a todos localizados.

Así que usted estaba atrapado. Y sus vecinos, sus amigos y sus compañeros de colegio eran títeres que aún no sabían que podía aspirarse a ser un niño de verdad.

Eso es. Llegamos al punto. Los estereotipos son un hecho político. Los estereotipos, que suelen no tener pies ni cabeza, les sirven a quienes tienen el poder. Y sólo las personas con suerte pueden vivir en paz sin ellos. Marilyn Manson, que se nombró a sí mismo a partir de dos clichés de la cultura, lo articuló mucho mejor hace ya unos años. “Asuma su individualidad”, dijo, “la sociedad le impedirá ser único si usted se lo permite: porque una persona que se entregue a la mentalidad borreguil de su grupo humano jamás podrá expresar su singularidad”. Y entonces advirtió: “lea, vea, oiga, haga lo que usted quiera, pero tenga cuidado: no se puede tener esa libertad a cambio de nada”. Lo más probable es que se viva cierto tipo de destierro.

Creo que nuestra primera responsabilidad, si pensamos en los otros, es no caer en los estereotipos. Y que la literatura puede ser un buen lugar para aprender que es de mediocres volver a los demás un lugar común. El mundo está plagado de ficciones que (por ejemplo: muchas telenovelas lo hacen) nos animan a pensar que conocemos a todo el mundo: “todos los pobres son nobles”, “todas las madres son víctimas”, “todos los gringos son tontos”. Pero gracias a los libros que se juegan el todo por el todo, a los dramas que arriesgan la vida del dramaturgo, entendemos que lo humano es relativo: en la ficciones que tenemos a la mano, palabras más, palabras menos, se cuenta la historia de una caricatura que resulta ser un hombre en pena, la aventura de un extraño que resulta ser un prójimo. Y usted sabe que esa es también su historia.


Porque la verdad es, al final, que podemos ser todos porque somos más o menos el mismo: un conmovedor animal con pretensiones. Pero que usted, que tiene un nombre, tiene derecho a ser el que usted quiera.