Introducción a la obra de Paul Auster
Es la mañana del 24 de diciembre de 1990 y en el New York Times aparece el único cuento corto que ha escrito Paul Auster. Se trata de un gesto típico de Auster: en medio de las noticias del mundo, en una de las páginas de uno de los periódicos más importantes de Nueva York, un relato ficticio, El cuento de Navidad de Auggie Wren, sintetiza sus obsesiones, la manera en que sus personajes se enfrentan a la vida, y sus propias intuiciones sobre lo que significa relatar en el mundo.
Paul Auster: Mike Levitas, el director de la página especial me llamó inesperadamente una mañana de noviembre de 1990. Yo no le conocía, pero al parecer él había leído algunos de mis libros. Con talante cordial y práctico, me dijo que había estado considerando la posibilidad de encargarme una obra de ficción para la página especial del día de Navidad. ¿Qué me parecía? ¿Estaría dispuesto a escribirla? Pensé que era una idea interesante; meter un texto de ficción en un periódico, nada menos. Una idea bastante subversiva, bien mirado1.
Una serie de hechos. Una llamada inesperada, como un accidente que cambia irreparablemente el curso que parecía llevar la vida. Una llamada como la que recibe Daniel Quinn en Ciudad de cristal, la primera novela firmada por Paul Auster. Un editor "con talante cordial y práctico" que en noviembre le encarga un cuento de Navidad a un novelista judío que sólo escribe cuando lo domina una necesidad similar al hambre. Y así, finalmente, en medio del que suponemos un relato objetivo del mundo y sus contingencias, el periódico, Paul Auster encuentra la posibilidad de llevar al extremo, por medio de la escritura del que suponemos un relato ficticio del mundo y sus contingencias, el cuento, sus ideas sobre la relación entre la realidad y la ficción, sus ideas sobre el mundo y sobre el arte como una forma de habitarlo, y sus sugerencias, totalmente alejadas del cinismo, sobre el necesario aprendizaje de lo que nos ocurre y el papel que el relato cumple en el proceso.
Wayne Wang: El periódico venía muy delgado ese día. Lo leí bastante deprisa. Exceptuando un par de artículos sobre la inminente Guerra del Golfo, no había muchas noticias. Luego algo llamó mi antención. Había un artículo de una página entera en la sección especial. Se titulaba El Cuento de Navidad de Auggie Wren, de Paul Auster.
Cuando empecé a leer el cuento me vi rápidamente sumergido en un complejo mundo de realidad y ficción, verdades y mentiras. Pasaba de conmoverme hasta las lágrimas a reír incontrolablemente. Muchas de mis propias experiencias navideñas interesantes pasaron fugazmente por mi cabeza. Al final sentí que alguien muy próximo a mí me había hecho un maravilloso regalo de Navidad. En cuanto terminé el cuento, le pregunté a mi mujer: "¿quién es Paul Auster?"
Esta investigación, que hasta ahora comienza y lleva el título de Todos los hombres del rey, pretende, antes que nada, dar una posible respuesta a la pregunta de Wayne Wang. Y, por encima de otra cosa, pretende ser un relato documental (este es, según el diccionario que la Real Academia española publicó en 1996, el texto "que se funda en documentos, o se refiere a ellos") sobre esa evolución que es la obra de Paul Auster, una unidad que relata un mundo y, en el proceso, supera la exclusividad de los géneros y sus lenguajes.
Puede decirse que son dos los principales objetivos de esta investigación: el primer objetivo, como queda dicho, es el de documentar el proceso -la evolución- que ocurre en la obra de Paul Auster, y que es el tránsito de la escritura de poemas, ensayos y traducciones a la escritura de novelas, y en general a la elaboración de relatos. Dentro de la tarea de documentar e interpretar ese tránsito, nos interesa revisar la vocación y la situación vital del escritor Paul Auster, y determinar las barreras que tanto él, como cualquier escritor de este tiempo, deben superar para lograr la expresión de su conocimiento particular del mundo. El segundo objetivo, como podrá intuirse desde la lectura de este prólogo, es el de reflexionar, a partir del relato característico de Paul Auster, sobre la naturaleza de la narración y sobre su necesidad en ese mundo que el escritor norteamericano percibe alrededor de signos como el lenguaje, el azar, la casualidad y el dinero. Dentro de esa reflexión nos interesa llegar, a partir de la lectura de sus obras y de la descripción de las características de sus relatos, a las ideas de que, en la vida y los relatos de Paul Auster, el arte es una posibilidad de estar en el mundo, y el relato es una forma de recomponerlo. O también: nos interesa fundamentar la idea de que, al final, los textos de Paul Auster constituyen una unidad que en realidad es una propuesta de vida, totalmente alejada del cinismo. Esta propuesta de vida, como se podrá leer en el epílogo de esta investigación, parte de esa realidad que es la soledad para llegar a la posibilidad de la solidaridad humana.
Como cualquier documental, éste recopila las voces de una serie de personajes relacionados con Paul Auster y la literatura del presente siglo; como se verá, un narrador documentará la historia personal y artística de Auster con sus propias obras y las de algunos pensadores que han reflexionado sobre el autor y la literatura. Dicho de otra forma: el método que utiliza este documental viene de la experiencia y las ideas de Paul Auster; esta investigación sigue cada paso de su vida y de su obra, y se dedica, principalmente, a presentar sus ideas sobre los eventos de su vida, la escritura, el lenguaje y el mundo. Aunque se utilizan los conceptos y las definiciones de, por ejemplo, Roland Barthes, Wolgang Kayser y Haroldo de Campos, el método que utiliza esta investigación ha sido proporcionado por el propio Paul Auster. Esto significa que, en vez de recurrir a conceptos de otros autores, este documental se acerca paso a paso a la vida y a la obra de Auster a partir de sus propias ideas sobre lo que ocurre en el mundo y en las páginas. La relación de la obra de Auster con la literatura del renacimiento o la de las vanguardias, por ejemplo, aunque se apoye en algunas ideas de Carlos Fuentes o Edmond Jábes, es revisada desde las obras mismas de Auster y desde el punto de vista que el escritor norteamericano ha expresado sobre esos temas en ensayos y entrevistas. Así mismo, la descripción del relato austeriano que puede hallarse en los capítulos finales del documental, aunque se apoya en las consideraciones que sobre el tema ha hecho Roland Barthes, revela que el escritor Paul Auster no piensa en estrategias a la hora de crear narraciones, sino que se limita a oir la voz de un hombre imaginado o, si se quiere, a ejercer la función vital de relatar.
La primera parte de este documental, titulada Relatos de puertas para adentro, trata de cómo llega Paul Auster a convertirse en un narrador: esto significa que, a partir de sus confesiones y de las evidencias halladas en sus poemas, sus ensayos, sus traducciones y sus diarios, se determinan algunas de las posibles razones por las que Auster finalmente se dedica en forma y fondo al relato de ficción. Esta parte de la investigación sigue un orden cronológico, se divide en siete capítulos, y se dedica a revisar y a documentar la importancia de los primeros treinta y cinco años de la vida y la obra del autor.
La segunda parte de la investigación, que puede hallarse bajo el título de Todo está en la voz, conduce a un epílogo que lleva el mismo título que el documental: trata de los años de Auster como contador de historias, y describe, valora y recibe el relato austeriano como un reflejo de su visión de mundo y una prueba de su voz literaria que, al parecer, y aunque parte de su observación, se independiza de las corrientes intelectuales acumuladas a través de los años hasta este final de siglo. Los primeros cuatro capítulos de la segunda parte de la investigación siguen, como los de la primera, un orden cronológico, y se dedican a revisar y a documentar la importancia de los últimos quince años de la vida y la obra del autor. Los últimos dos capítulos de Todo está en la voz son una puerta de entrada al epílogo de la investigación: a partir de las confesiones de Auster, se dedican a describir las características principales de sus relatos para que, de esa manera, se haga posible la interpretación de la totalidad de su obra como una que, al final, es en realidad una propuesta de vida.
Al final, el descubrimiento de esa propuesta de vida es lo que le da sentido a estas páginas: no sólo le hacen justicia a un autor que ha hecho de su obra una manera de entregar la literatura a los hombres, no sólo tratan sobre un escritor con absoluta fe en el relato, sino que reflexionan sobre la naturaleza del lenguaje literario, sobre el relato y el regreso de la literatura al territorio de la catarsis. Estas páginas no sólo siguen el proceso de una obra que se enfrenta a los límites del lenguaje y los supera, sino que descubren la ética y la estética (esto es, la reflexión por medio del relato sobre las relaciones en y con el mundo) de un escritor de finales de siglo cuya única estrategias literarias son la esperanza, la necesidad y la solidaridad.
Como se verá, El cuento de Navidad de Auggie Wren es una introducción al estilo, los recursos, los temas, los personajes, las ideas sobre el relato y la forma en que Paul Auster ve el mundo. Y es, por su extensión, el perfecto candidato para ser el objeto del prólogo de este documental. Como si un punto se desplazara constantemente en una circunferencia, cualquier relato de Auster (cualquier poema, cualquier novela, cualquier película) podría servir para comenzar a describir su obra. Sin embargo, El cuento de Navidad, en medio de la noticia de la inminente Guerra del Golfo, vecino de los avisos clasificados, y de toda la realidad que nos sea posible imaginar, es una especie de aleph (si pensamos en el cuento de Jorge Luis Borges) que sintetiza las preocupaciones que, más adelante, en las dos partes de este documental descritas en el párrafo anterior, se explorarán con mayor atención. Dicho de otra manera: en El cuento de Navidad de Auggie Wren pueden descubrirse (primero) los recursos literarios propios del estilo de Auster, (segundo) los personajes que ocupan su mundo, (tercero) la convicción de que el arte es una manera de recomponer el mundo, y (cuarto) la idea de que el relato es una necesidad, una obligación moral, una manera de digerir el mundo y habitarlo. Como en la mayoría de los relatos de Auster, en el primer párrafo de El cuento de Navidad todas las cartas se encuentran sobre la mesa. La trama del relato es puesta en escena y, a partir de esas primeras líneas, lo único que restará será su desarrollo.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó3.
Auggie Wren es el hombre que atiende la cigarrería de la calle Court, en el centro de Brooklyn, en Nueva York. Es la clase de persona alrededor de la cual ocurren todas las conversaciones de la gente del barrio. En la Compañía Cigarrera de Brooklyn, donde trabaja Auggie, se reúnen personas de todas las razas y las religiones a contar historias sobre partidos de béisbol, romances y accidentes de todos los tamaños y los colores. La tienda es un confesionario. Y en la tienda se fuma, porque, en palabras de uno de los clientes, fumar recuerda la condición del hombre, la transitoriedad de la vida, la idea de que la vida se va cada vez que el humo sale de la boca. La tienda es un escenario para todos los personajes que uno pueda imaginar. También es el escenario de Paul, un escritor solitario y fumador al que el cigarrero considera su amigo. Auggie toma fotografías y se considera un artista. Y, al parecer, en su mente sólo otro artista como Paul podría entenderlo.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voultad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.
Dios sabe qué esparaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquella era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Av. Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una4.
Como ocurre con la mayoría de los personajes de Auster, cuando Auggie Wren describe su proyecto de vida, el lector no sabe si tomarlo por un loco. Sus motivaciones no parecen demasiado claras y su vida no parece tener sentido aparte de ella misma. Lo mismo ocurre con la de los demás personajes de Auster: Jim Nashe, el personaje de La música del azar, recibe una herencia del padre que lo abandonó, renuncia al cuerpo de bomberos y se dedica a conducir un Saab por las autopistas de Estados Unidos; M.S. Fogg, en El Palacio de la Luna, se dedica a leer, uno a uno, los libros que encuentra en unas cajas que su tío Victor le hereda, mientras su dinero se acaba, poco a poco, sin que a él le interese algo diferente a experimentar la sensación de pérdida; Anna Blume, en El país de las últimas cosas, viaja a una especie de Infierno -en la medida en que Macondo y Comala lo son- con el propósito de encontrar a su hermano y, aunque después de años de estar atrapada en ese lugar debería perder la esperanza, se dedica a sobrevivir y a ver cómo todo se acaba; Benjamin Sachs, en Leviatán, un escritor de cierto nombre en Nueva York, abandona la literatura para dedicarse a la labor de bombardear, una a una, las réplicas de la estatua de la libertad que se encuentran repartidas en cada ciudad de Estados Unidos. Y así, de la misma manera, el proyecto vital de Auggie Wren se nos aparece como uno extraño y desconcertante. En apariencia, todas las fotografías son la misma. Todo el proyecto es la repetición de un mismo gesto, el retrato redundante de la misma esquina.
Paul, el novelista sin apellido de El cuento de Navidad, que oirá el relato de Auggie, ha visto sus fotografías, y como ocurre con los anteriores relatos austerianos, es él, el personaje Paul, el lector de lo ocurrido, aquel que quiere poner el relato en nuestras manos y frente a nuestros ojos. El lector, personaje básico en la obra de Auster, quiere que nosotros, los lectores, seamos testigos de la forma en que él, por obra y gracia de su experiencia y de su relato, pudo encontrar algo cercano a un lugar en este mundo. Como Paul, en un primer momento dudamos de la cordura de Auggie. Y, como Paul, y al tiempo que Paul, nos damos cuenta, como si se tratara de un aprendizaje, de que las apariencias engañan y el proyecto de Auggie es una manera posible de habitar el mundo. Después de conocer el trabajo de Auggie no podemos hablar, a finales de este siglo XX, de que en nuestro tiempo no existe el hábito de leer libros, sino, más bien, de que hemos perdido el hábito de leer el mundo.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: -Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.
Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca lo conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborales, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino a su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Auggie.
Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.
-Mañana y mañana y mañana -murmuró entre dientes-, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.
Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo5.
En El cuento de Navidad, el arte es el deseo de habitar el mundo y una forma de recomponerlo. Con su cámara, Auggie lee los días, atiende a los hechos, aprende lo que ocurre. Y ese es, como se verá en el epílogo de este documental, el sentido de la obra de Paul Auster: su relatos son un testimonio del aprendizaje doloroso que implica vivir en el mundo.
Y el mundo es (según el diccionario de la Real Academia) ese "conjunto de las cosas creadas", "la tierra que habitamos", "la totalidad de los hombres, el género humano", "la sociedad humana", "la experiencia de vida y del trato social". Y el mundo es, según una posible lectura de la obra de Paul Auster, nuestro contexto: es donde habitamos, es los que nos rodean en nuestra habitación, es lo que pensamos y somos.
Auggie, como Auster, quiere documentar su propio aprendizaje del mundo. Quiere (quieren) tener pruebas de su experiencia. Quiere (quieren) registrar -escribir, pintar, fotografiar- que ha visto el mundo -que ha leído el mundo- para después demostrar (relatar) que ha aprendido a habitarlo. Como Paul Auster, Auggie parece creer que el hombre y el mundo están fragmentados y hay que recomponerlos. O, si se quiere: antes de que un ser habite el mundo tienen que existir el ser y el mundo. La especialización, el afán, el dinero, la incomunicación, impiden que el hombre atienda a sí mismo. Los personajes de Auster tienen como proyecto vital, en cambio, recomponerse a sí mismos. Son un grupo de personas dedicadas a explorar su propio ser, como monjes budistas en medio de las calles de Nueva York, que creen en que el hombre es un ser hecho pedazos y sólo en la soledad de su proyecto personal podría ser alguien. Para estar en el mundo se hace necesaria una identidad. Después un mundo. El mundo es la responsabilidad de los hombres que son alguien. Es duro ser alguien, decía John Lennon. Es duro ser alguien, pero funciona.
Pero, volvamos a la labor de la vida de Auggie Wren: ¿puede hablarse de una esquina como si se hablara del mundo, puede fotografiarse una esquina como si un cuadro contuviera al mundo? En Smoke, la película que inspiró el relato de Navidad, Wayne Wang y el propio Paul Auster, autor del libreto, llevaron al extremo la pregunta y la respuesta que entre los dos encontraron.
Smoke: Auggie: Es mi proyecto. Lo que podríamos llamar la obra de mi vida.
Paul: (Deja el álbum y coge otro. Pasa las hojas rápidamente y encuentra más de lo mismo. Sacude la cabeza desconcertado) Asombroso. (Tratando de ser cortés) Sin embargo, no estoy seguro de entenderlo. Quiero decir, ¿cómo se te ocurrió la idea de hacer este... este proyecto?
Auggie: No sé, simplemente se me ocurrió. Al fin y al cabo, es mi esquina. Sólo una pequeña parte del mundo, pero también allí pasan cosas, igual que en cualquier otro sitio. Es un documento de mi pequeño lugar.
Paul: (Ojeando el álbum rápidamente, meneando la cabeza) Es más bien abrumador.
Auggie: (Aún sonriendo) Nunca lo entenderás si no vas más despacio, amigo mío6.
Las fotos son, literalmente, la forma en que Auggie Wren ve el mundo. Son su mundo, porque el mundo es lo que recibimos por los sentidos, que es una manera de decir: somos el mundo, y en la esquina que hemos elegido, y en nuestros propios sentidos, como en un aleph, está contenido todo el mundo. Durante la escena anterior, en la película Smoke se nos muestran las fotos de Auggie que revelan que el mundo es una cadena de acontecimientos, de accidentes, una combinación de orden y caos, un constante acomodarse al azar.
Jordi Doce: (...) la escritura no es sino mirada: no sólo una forma de mirar, sino un lugar desde el cual seguir al mundo: una esquina, una torre, una cueva (...) las fotos se contienen y bastan: no son el mundo, pero la verdad que proponen se nos antoja igual de válida que cualquier otra. El yo, por otra parte, desaparece, disuelto en una mirada que ha dejado de pertenecerle.
En esta escena, que vale acaso por toda la película, se resumen no sólo gran parte de las preocupaciones narrativas de Auster sino, como veremos, las que dieron lugar, en la década de los setenta a su obra poética y ensayística: el problema del azar, la disolución del yo en el discurso, la distancia entre el mundo y el lenguaje. Wren, como Quinn en Ciudad de cristal, es el verdadero alter ego de su autor7.
Paul, el novelista de El cuento de Navidad de Auggie Wren, entiende, en representación de los lectores, de qué se trata el proyecto del cigarrero. Y, según él, "unas dos mil fotografías después", se entera de la historia de cómo consiguió Auggie Wren su cámara. Porque, como a Auster, a Paul, el personaje de El cuento de Navidad, un representante del New York Times lo llama y le pregunta si se encuentra interesado en escribir un cuento que aparecería el día de Navidad.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo? (...) Las propias palabras "cuento de Navidad" tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas8.
Finalmente, y esta es la historia que anuncia el título del cuento, Auggie Wren, ante el bloqueo que sufre su amigo, se ofrece a contarle a Paul la mejor anécdota de Navidad que pueda imaginarse. Antes de cualquier cosa, claro, Auggie le asegura a Paul "que hasta la última palabra es verdad". Se trata de un relato que sólo podría ocurrir en el mundo que Auster percibe. Es el relato de cómo consiguió Auggie su cámara. O, lo que es lo mismo, y lo que lo emparenta con todos los personajes de Auster, es el relato de cómo se inició en el aprendizaje del mundo. El relato es el siguiente: un ladrón ha robado a Auggie Wren, éste sale a perseguirlo y, en la carrera, descubre que al criminal se le ha caído la billetera. Durante meses conserva en su casa el objeto hasta que en Navidad, ante la soledad en que ha quedado porque todos sus amigos se han ido de viaje, decide hacer lo que él llama "una buena obra". Decide llevar la billetera a la dirección que ésta trae en su interior. Llega a la casa indicada. Golpea la puerta indicada. Entonces le abre una anciana negra, una mujer ciega que de inmediato lo confunde con su nieto.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert (...) Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente9.
Y entonces sabemos que el cuento de Auster, como el resto de su obra, es sobre la identidad, la suplantación, la simulación, y la relación entre la realidad y la ficción. Y en este punto sabemos que no es claro en qué sitio comienza lo real y en cuál la ficción. Al fin y al cabo, estamos leyendo un relato en medio de un periódico. Estamos ante la supuesta ficción en medio de la supuesta realidad. En las páginas de un cuento firmado por un novelista llamado Paul Auster, un novelista que se llama Paul está narrando, en el New York Times, que un representante del periódico le encomendó escribir ese cuento y que el cuento que narrará es en realidad el que le contó el artista que le vende los cigarrillos que le gustan. ¿Es "Paul", el personaje, la misma persona que firma el cuento?, ¿el ser con cédula de ciudadanía, esposa e hijos que firma El cuento de Navidad, es en verdad amigo de un cigarrero?, ¿existe Auggie Wren en alguna esquina de Brooklyn?
Auggie Wren, mientras eso, mientras dudamos, relata a Paul cómo fue su cena de Navidad con la anciana, cómo se quedó dormida mientras él lavaba los platos y cómo no pudo resistir la tentación de robar por primera vez en su vida.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: Entro al cuarto de baño y, apiladas contra la pared, veo un montón de seis o siete cámaras. De 35 milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar10.
Annete Insdorf: No es lo que yo llamaría un típico cuento de Navidad.
Paul Auster: Eso espero. Todo se vuelve al revés en Auggie Wren. ¿Qué es robar? ¿Qué es dar? ¿Qué es mentir? ¿Qué es decir la verdad? Todas estas preguntas se barajan de maneras bastante raras y poco ortodoxas11.
Paul Auster: Para decirlo de otra manera: la verdad es más extraña que la ficción. Lo que persigo, creo, es escribir ficción tan extraña como el mundo en que vivo12.
De alguna manera Auggie Wren termina siendo lo que es Paul Auster. Si su función en la vida es observar su propia esquina, es evidente que su siguiente paso es relatarla. Un "relato", según el diccionario de la Real academia, es un "conocimiento que se da, generalmente detallado, de un hecho", es la narración de (el arrastrar hacia) una realidad conocida. Si un relato de ficción es la narración fingida de algo conocido, Auggie Wren habrá pasado de la documentación de su experiencia al arte de relatar. O, según algunos, repitiendo el proceso de Auster, de la poesía a la prosa.
El ojo -el yo- austeriano tiene la necesidad de registrar, pero comienza a recibir tanto mundo, tantos hechos, tantas fotos, que se hace necesario digerirlas en algún momento. Y la digestión ocurre, por supuesto, a través de la ficción. La realidad que se ha recibido vuelve a salir al mundo, pero ahora (lo mismo ocurre en el cuerpo del hombre) hecha de otro material: la ficción. El relato. La historia del robo en Navidad es la misma que logran las fotografías, pero al mismo tiempo es otra. Ambas tratan de la necesidad de habitar el mundo, aunque en las fotografías se persigue la recomposición de la identidad y la realidad, y en el relato, en cambio, se persigue un lugar en el mundo.
Paul Auster: Con frecuencia me pregunto por qué escribo. No es simplemente para crear objetos bellos o historias entretenidas. Es una actividad que parezco necesitar para sobrevivir. Me siento muy mal cuando no lo hago. No es que escribir me produzca un gran placer, pero es mucho peor cuando no lo hago. (...) En cierto sentido, la poesía es como tomar fotografías, mientras que la prosa es como filmar con una cámara cinematográfica. La película es el instrumento de las dos artes, pero los resultados son totalmente diferentes13.
Auggie termina el relato. Paul lo mira. Estamos ante un relato que involucra el azar (el robo, el hallar la billetera), la necesidad (el querer devolverla, el no poder dejar de robar la cámara) y el aprendizaje del mundo (que se da en la observación y el relato). Estamos ante un relato que bien puede sintetizar la forma en que los personajes de Paul Auster se enfrentan al mundo. Estamos ante algo así como un ars poetica en la que el autor revela, por medio de dos personajes, sus ideas sobre el arte, la poesía y la prosa. La poesía es como una fotografía de una pequeña esquina que contiene al mundo. Es la intención de descubrir que existe el mundo y que se es alguien. La prosa es como una película, una secuencia en la que está contenida la idea de la duración y la intención de ser y estar en el mundo con los otros. Para poder habitar el mundo hay que digerir sus hechos y la única forma es relatarlos, confesarlos a alguien, arrastrar a otros hacia nuestros hechos.
Como se verá, narrar es, según el propio Paul Auster, un arte como el hambre. Y es una especie de obligación moral. Porque se narra para alguien. Auggie Wren, sin ir más lejos, le cuenta el relato a su amigo para que pueda publicarlo en el New York Times. Lo hace por su amigo. Por obligación moral. Porque es peor si no se hace.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ese es el final de la historia.
-¿Volviste alguna vez?, le pregunté.
-Una sola -contestó-. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba ahí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
-Probablemente había muerto.
-Sí, probablemente.
-Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
-Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo de ese modo.
-Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
-Le mentí, y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
-La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuera su verdadero propietario.
-Todo por el arte, ¿eh, Paul?
-Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
-Y ahora tú tienes tu cuento de Navidad, ¿no?
-Sí -dije-. Supongo que sí14.
En Smoke, la película que Wayne Wang y Paul Auster construyeron a partir del cuento, vemos a Auggie (interpretado por Harvey Keitel) escoger en el periódico del día el nombre del ladrón al que supuestamente suplantó en Navidad mientras Paul Benjamin (William Hurt) regresa a la mesa en la que están sentados. Las mismas preguntas aparecen entonces: ¿Auggie Wren miente?, ¿de verdad se hizo pasar por el nieto criminal de una anciana ciega?, ¿inventa todo para ayudar a su amigo?, ¿está haciendo ficción a partir de lo que le ocurrió?
La obra de Auster tiene, como decía Ruben Darío, la forma del cisne, que es la misma del signo de interrogación. Sin embargo, una respuesta nos ha sido sugerida en esta esquina de la obra austeriana que es El cuento de Navidad. El problema central de un relato no es si su contenido es verdadero o no. La ficción es una forma de hacer verosímil la realidad. Si Auggie Wren vivió o no la historia que narra no es importante. Si Paul Auster le oyó la historia al hombre que le vende sus cigarros nos tiene sin cuidado. Lo que importa es narrar historias tan extrañas como la realidad. La ficción es una manera de encontrarle sentido a una realidad caótica.
El cuento de Navidad de Auggie Wren: Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena de resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había hecho el loco conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad15.
Smoke: Paul: La mentira es un verdadero talento, Auggie. Para inventar una buena historia, una persona tiene que saber apretar todos los botones adecuados (Pausa). Yo diría que tú estás en lo más alto, entre los maestros.
Auggie: ¿Qué quieres decir?
Paul: Quiero decir que es una buena historia.
Auggie: Mierda. Si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
Paul: Exactamente. No valdría la pena vivir, ¿verdad?16
Sería más doloroso el intento de habitar el mundo. O más claro: no sería fácil hallar nuestro lugar en el mundo. La poesía, el ensayo, la pintura y la fotografía reúnen las partes de nuestra personalidad y arman el rompecabezas que, por múltiples razones, es el mundo que nos ha tocado vivir. La confesión, el cuento, la novela, el cine, los secretos y todas las formas de relato que quepan en nuestra memoria hacen que la vida sea posible y verosímil, y que le abramos espacio a nuestra vocación de amanecer mañana y mañana y mañana.