Sigo donde iba. Sale el autor del best séller El cartel de los sapos, en no sé qué revista, en no sé qué sección, mientras emprende una caminata relajada por Miami al lado de la glamorosa actriz Sofía Vergara. Ya que ha pasado de pequeño narcotraficante a guionista de series de televisión, gracias al éxito de sus memorias supuestamente escandalosas, puede ser que solamente estén conversando sobre la posibilidad de que ella protagonice el dramatizado en el que él tiene en mente contar la vida de las abnegadas mujeres de la mafia. Yo creo que es eso. Yo no creo que sea nada más. Pero, porque no es la primera vez que veo a este señor, Andrés López López, codearse con la gente de nuestro precario jet set, sospecho que ya va siendo hora de pensar en qué significa que un tipo con semejante pasado sea recibido por la sociedad como un travieso hijo pródigo.
Seguro que el derrotado López López llegó a pensar, como pensó el Henry Hill de Buenos muchachos, la gran película de Martin Scorsese, “ahora soy un don nadie común y corriente: voy a vivir el resto de mi vida como un perfecto imbécil”. Seguro que López López sintió, en la puerta de salida de la cárcel, que se le venía encima el farragoso telón de la cotidianidad. Y seguro que respiró de nuevo, por fin exhaló, cuando tuvo claro que el libro que acababa de escribir sobre sus experiencias en la mafia se había convertido en un éxito de ventas: seguía siendo “un duro”, “un as”, “un teso”. Sí, primero vino el apurado libro: El cartel de los sapos. Que era una vergüenza plagada de frases aleccionadoras del tipo “muchachos: no traten de hacer esto en su casa”. Y que, bueno o malo o lo que quieran, lo convirtió en una reputada figura mediática.
Después vino aquella serie de televisión de Caracol que, unos meses más tarde, lo puso en la mira de los pocos que no sabíamos quién era.
Hasta aquí nada raro. Las mesas de las librerías se han dejado invadir, desde hace siglos, por estos libros que escurren tinta. El mundo entero está lleno de best séllers redactados por antiguos miembros de la mafia. El tema, que resume, tan bien, la vida dentro del capitalismo, ha dado lugar a maravillas cinematográficas como Los sobornados, Scarface o Érase una vez en América.
Lo extraño es la resurrección social de López López. Válida, sin duda, porque se trata de un hombre que ha pagado sus delitos. Importante, claro que sí, porque podría interpretarse como una prueba de que la sociedad sí es capaz de perdonar a aquellos que la han agredido. Pero no por ello menos diciente, no, pues no cualquier mafioso de cualquier cartel termina suelto por las páginas sociales de las revistas de moda. Algo tiene que pasar. Algo tiene que estar sucediendo. Y es que, después de por lo menos treinta años de tráfico de drogas, después de dar a luz padres, hijos y nietos de la mafia, resulta inevitable que estos extravagantes amigos de la ilegalidad (ese hombre que habla duro, esa mujer de silicona, ese trabajador que descubre que en esos submundos al menos se premia la lealtad) se conviertan en una parte innegable de nuestra forma de ser.
Ya que esa cultura ha venido desde el fondo hasta la superficie, ya que vende, ya que no es peor que la infame cotidianidad de los políticos, y hemos comenzado a incorporarla a nuestra vida diaria, resulta complejo explicar, sin caer en discursos enrevesados, por qué López López debería vivir su segunda vida en la paz del bajo perfil. ¿Por qué no es un héroe nacional un hombre que trabaja en una fábrica desde las siete a las siete? ¿Por qué le va tan bien en la vida a un tipo que no respetó las leyes? ¿Por qué los hampones son, hoy en día, algunos de nuestros mitos vivientes? Que cada quien llegue a sus respuestas. Nada más dejemos dicho que, aunque no hayamos estado jamás en la misma habitación con algún mafioso de esos, aunque no tengamos la culpa de nada, todos tenemos el mismo rabo de paja: y no es tiempo ya de hacernos los dignos, los escandalizados, los asqueados, después de años de convivir en silencio con una multitud de “buenos muchachos” que no hemos sido capaces de atajar. López López no es el primer tipo con un pasado oscuro que dejamos entrar a nuestras casas. No es el primero, no, porque nuestros líderes ni han querido desligarse de la ilegalidad ni han tenido la autoridad suficiente para escaparse del presente: está claro que los sobrepasa tanto el pasado como el futuro. Y que pasará mucho tiempo antes de que aparezca alguno con la autoridad moral para decir “comencemos otra vez el juego: volvamos a poner las reglas”.