Yo lo vi con los ojos con los que escribo. Un especialista se atrevió a sugerir
que ha llegado el momento de encerrar al mandatario en algún sitio de reposo de
máxima seguridad. Y nadie se atrevió a agregar una palabra.
Pero vamos por partes. Todo lo que ha ocurrido en estas semanas ha
probado lo obvio. Pero lo obvio es, se sabe, un horizonte que se aleja.
Cicerón dijo: “el dinero es el nervio de la guerra”. Sófocles agregó: “no
hay nada más desmoralizador que el dinero”. Jonathan Swift concluyó: “un hombre
sabio tiene el dinero en la cabeza pero no en el corazón”. Hemos sabido desde
el principio, mejor dicho, que la plata es un pretexto para corromperse,
trastornarse, empobrecerse. Pero nos seguirá costando más de la cuenta entender
que la culpa no la tiene el pobre capital (que no es el capital la droga que
embrutece) sino nuestro empeño en que los demás no lo tengan. No digo que el
capitalismo sea malo: creo que es realista, de hecho, porque es el sistema que
más se parece a la ley de la selva. Sólo digo que es inteligente repartir la
riqueza, nunca ganar demasiado, porque no existe otra manera de construir
sociedades capaces de responder creativamente a lo que les ocurre: sociedades
que no se vean forzadas a estallar cada diez días y en las que el resentimiento
no sea otra necesidad sino otro lujo.
Michael Moore persigue esa conclusión en Sicko. Después de asomarse a un sistema de salud costoso, inoperante,
criminal, que a diario enriquece a unos pocos a costa de miles de vidas, que
les da la espalda a los enfermos, que sólo les sirve, en suma, a aquellos que
no lo necesitan (ese sistema que la ley 100, propuesta por el senador Uribe
Vélez, copió punto por punto para Colombia), llega a la conclusión de que su
país está muy lejos de tener un gobierno solidariamente capitalista, como el de
Inglaterra o Francia o Canadá, que se la juegue toda, por ejemplo, por
garantizarles el derecho a la salud a todos sus gobernados. ¿Por qué? El
británico Tony Benn, parlamentario socialista, da en la clave del asunto frente
a las cámaras de Moore. “Creo que hay dos maneras de controlar a la gente”,
dice. “Primero, llenarla de miedo, y, segundo, desmoralizarla”. Es obvio, agrega,
que “si podemos encontrar dinero para matar a las personas, podemos encontrar
dinero para ayudar a las personas”, pero es evidente, también, que “una sociedad
educada, saludable y pudiente es mucho más difícil de gobernar”.
Creo que El padrino y Los Soprano son tan importantes en la
historia de los relatos audiovisuales porque, aparte de ser impecables puestas
en escena, describen estas sociedades como son: territorios sin oportunidades,
sitios del “sálvese quien pueda”, que se ven obligados a gobernarse, a impartirse
justicia, a crearse bienestares a espaldas de aquellos gobiernos nefastos. Pongamos
un ejemplo: Colombia. El Presidente de