Usted es así. Así como es. Y así va a morir, idéntico a usted mismo, porque
así ha decidido la gente que usted muera. A la gente le fascina decir que es
imposible conocer a otra persona. Pero en el fondo no lo cree, no, la gente
está segura de que conoce a todo el mundo de memoria. Y quizás para sentir que
nada se le sale de las manos, tal vez para no perder el tiempo en la vida de
los otros, dice las frases maleducadas que sabemos: “todos los hombres son
iguales”, “todos los franceses son pesados”, “todos los ricos son malos”. Y no
hay nada qué hacer. Usted tampoco puede escapar. Usted es algún estereotipo de
tantos estereotipos que hay: su clase social, su oficio, su apariencia física
lo han marcado para siempre. Y lo único que le queda es vivir allá adentro, no
retroceder, no rendirse, no interpretar el papel que ellos quieren que
interprete.
No hay juicios ni pruebas
a la vista. Estamos todos condenados. Por ejemplo usted. Por cuenta de la
ciudad en que nació, del colegio donde estudió, de las universidades por las
que pasó, del oficio en el que se ha quedado a vivir como en su apartamento, de
la cara arrugada que enfrenta, lleno de valentía, a los espejos, en fin, por
cuenta de todo eso, por cuenta de muchas cosas más, la gente que no lo conoce bien,
que es casi toda, tiende a pensar que usted, que en verdad vive de su trabajo,
que va día por día sin saber muy bien a dónde va, es, por ejemplo, una especie
de aristócrata pusilánime que no dice groserías ni tiene verdaderos problemas
en la vida: otro niño arrogante de esos que ya ni siquiera se da cuenta de su
propia buena suerte.
Así es. Ese es usted. Ya sabe ahora por qué quiere tanto a las personas que quiere: porque no lo han dejado, nunca, convertirse en su estereotipo, porque lo han animado, siempre, a no volverse una figura pública en privado.
Así que usted estaba atrapado. Y sus vecinos,
sus amigos y sus compañeros de colegio eran títeres que aún no sabían que podía
aspirarse a ser un niño de verdad.
Eso es. Llegamos al
punto. Los estereotipos son un hecho político. Los estereotipos, que suelen no
tener pies ni cabeza, les sirven a quienes tienen el poder. Y sólo las personas
con suerte pueden vivir en paz sin ellos. Marilyn Manson, que se nombró a sí
mismo a partir de dos clichés de la cultura, lo articuló mucho mejor hace ya
unos años. “Asuma su individualidad”, dijo, “la sociedad le impedirá ser único
si usted se lo permite: porque una persona que se entregue a la mentalidad
borreguil de su grupo humano jamás podrá expresar su singularidad”. Y entonces
advirtió: “lea, vea, oiga, haga lo que usted quiera, pero tenga cuidado: no se
puede tener esa libertad a cambio de nada”. Lo más probable es que se viva
cierto tipo de destierro.
Creo que nuestra primera responsabilidad, si pensamos en los otros, es no caer en los estereotipos. Y que la literatura puede ser un buen lugar para aprender que es de mediocres volver a los demás un lugar común. El mundo está plagado de ficciones que (por ejemplo: muchas telenovelas lo hacen) nos animan a pensar que conocemos a todo el mundo: “todos los pobres son nobles”, “todas las madres son víctimas”, “todos los gringos son tontos”. Pero gracias a los libros que se juegan el todo por el todo, a los dramas que arriesgan la vida del dramaturgo, entendemos que lo humano es relativo: en la ficciones que tenemos a la mano, palabras más, palabras menos, se cuenta la historia de una caricatura que resulta ser un hombre en pena, la aventura de un extraño que resulta ser un prójimo. Y usted sabe que esa es también su historia.