No es que la gente sea idiota: nadie está diciendo eso. Es que a muchas personas les cuesta entender las cosas que no son literales. Y lo más probable es que una broma como la que el artista Lucas Ospina hizo el viernes 12 de septiembre de 2008, una parodia malévola que sólo le hará gracia a quien tenga la voluntad de interpretarla, pase al olvido como el chiste pesado de un ocioso. Sucedió en Bogotá, Colombia, el pasado jueves 11 de septiembre de este mismo año. Alguien se robó, bajo las narices de los vigilantes de una importante exposición temporal, un pequeño grabado de Francisco de Goya titulado Tristes premoniciones de lo que ha de acontecer. Y a Ospina, que ha hecho toda una carrera a punta de remedos, se le ocurrió que era una buena oportunidad para reírse de las mezquindades colombianas.
Al día siguiente publicó
en la página web [esferapública] un comunicado (una parodia del comunicado que el M-19
emitió cuando se robó la espada de Bolívar) firmado por el falso grupo
subversivo Comando Arte Libre S-11. En el texto aseguraba que la nueva
banda se había llevado el cuadro de Goya para protestar por el altísimo precio
de las boletas, por el lugar equivocado en el que se había llevado a cabo la
exhibición y por el eterno gobierno de los delfines en este saqueado país en
que vivimos. Quien se tomaba el trabajo de leer el falso comunicado, notaba, de
inmediato, que se trataba de una pega. Después, si tenía tiempo para
descifrarla, podía concluir que era una manera de recordarnos todo lo que está
mal en la forma colombiana de llevar las cosas: nuestros pequeños monarcas, nuestro
arribismo perpetuo, nuestra envidia malsana, nuestra eterna preocupación por el
qué dirán los extranjeros, nuestra mediocridad que engendra héroes vitalicios.
El caso es que la gente no entendió la bufonada. Y que entonces, de una hora a la siguiente, empezó la locura. Alguien que no tenía ni idea de que en [esferapública] se publicaban parodias de esa clase asumió que todo era cierto. Los medios de comunicación reprodujeron el comunicado como una noticia de última hora. La policía de delitos informáticos tomó nota del asunto. Lucas Ospina tuvo que declarar públicamente que se trataba de un simple juego literario, por recomendación de un abogado, antes de que se armara una revuelta peor: tuvo, en pocas palabras, que explicar el chiste. Y la fiscalía lo llamó a declarar bajo juramento como diciéndole “es que con esas cosas no se juega”.
Lo que hizo Ospina, recordarnos que Goya pintó la misma guerra decadente que vivimos, termina siendo una anécdota vacía.
Nadie está diciendo que
la gente sea idiota. Pero de pronto lo es. Y se ha acostumbrado a serlo
(menosprecia todo lo que se le escapa) a punta de colegios que apenas le
enseñan a leer, de patrones que le arrebatan el tiempo que se necesita para
ponerse en los zapatos del otro, de gobernantes que tienen claro lo poco que
piensan sobre lo poco que saben. La gente se ofendió cuando Marcel Duchamp le
pintó bigotes a la “mona lisa”. No le pareció nada gracioso que Borat
preguntara por qué los perros no votaban si las mujeres ya podían hacerlo. Envió
cartas enfurecidas a The Independent
por haber dado la noticia, el día de los inocentes, de que unos arqueólogos muy
serios habían encontrado la aldea de Astérix. Corrió aterrada por las calles
tras comérsele el cuento, al programa de radio de Orson Welles, de que los
marcianos habían invadido la tierra.
En un mundo literal, en el que pocos entienden por qué los demás no son iguales que ellos, cualquier hombre informado es un aguafiestas. La risa es una ofensa que jamás se perdona.
El
escritor norteamericano Paul Auster confiesa que le gusta “dejar alguna
duda en la mente del lector respecto a si la historia que se cuenta es
verdadera o no” porque sabe bien que su oficio es el de “contribuir a la
confusión”. Creo, de verdad, que ese es el punto. Confundir, enredar,
perturbar: de eso se trata. La claridad, esa trampa de los curas, de los
políticos, de los dueños de todo, conduce a la exclusión que conduce a los
robos. Yo voto por la gente que critica. Yo voto por la gente con humor.