Tal vez sea cierto eso de que "no hay nada nuevo bajo el sol". Tal vez. Puede ser. Pero la verdad es que, justo cuando uno cree que lo ha visto todo, justo cuando ya ha reconocido que venimos el mundo a dejar de ser las personas que somos, sucede algo que nunca antes había sucedido, aparece desde ninguna parte, por ejemplo, una persona aterradora que reúne todas las condiciones para ser llamado "un extraterrestre", "un idiota que nos demuestra que más idiotas seremos nosotros". Estoy pensando en Delfín Quishpe. En el cantante ecuatoriano Delfín Quishpe. ¿Alguien sabe de quién estoy hablando? ¿Alguien ha contado con un buen amigo que lo obligue a entrar a YouTube, en Internet, en la búsqueda de un escalofriante video clip musical titulado Torres gemelas? ¿Me van a decir que no han visto a este vaquero inocente meneándose al ritmo de una organeta que sin asomos de vergüenza cruza lo electrónico con lo andino? ¿De verdad nadie lo ha visto? Delfín Quishpe, hombre, el tipo de Guamote, Ecuador, que logró convertir la tragedia del 11 de septiembre en un chiste. El del video más patético de la historia. "Delfín hasta el fin", le grita la gente por la calle. Delfín Quishpe.
Tienen que ver Torres gemelas. Al minuto cuarenta y tres segundos, cuando las canciones normales van por la mitad (y han logrado decir, en el peor de los casos, algo que tenga sentido), el tierno "Delfín hasta el fin", que ya ha convulsionado bajo los sonidos de las ocarinas y ha lanzado expresiones de dolor tales como un agobiado "ayayay", un "no" tipo Darth Vader y un "no puede ser" con doble erre, comienza a cantar lo que los críticos más despiadados han llamado su obra maestra: "cuando me fui pa Nueva York / pensé encontrarme con mi amorcito / ella vivía en Nueva York / y trabajaba en torres gemelas / Una llamada la recibí / sólo me dijo "adiós mi amor" / un mal recuerdo yo la viví / los terroristas lo exterminaron". Dice algo más, "Diosito lindo no puede ser / solo llorando podré olvidar", pero no es claro, según los expertos, si el verso aquel comienza con "Diosito lindo" o con "Mi osito lindo" o qué. Y no ayuda en nada que suene, en el fondo, la melodía pegajosa de El bueno, el malo y el feo. Que, si uno lo piensa, podría ser el apodo de Delfín, "el bueno, el malo y el feo", pues él es ese "tres en uno", esa especie de santísima trinidad: no hay asomos de inseguridades o ironía o talento en su forma de ser, no, el va pa delante como una estrella que la naturaleza ha atiborrado de calmantes.
Yo lo conecto con el cantautor guatemalteco Ricardo Arjona, por supuesto, no porque hagan algo parecido, no (Delfín no logra rimar nada con nada), no porque ambos sean hitos torcidos en la historia de la lírica, sino porque siempre me ha dejado sin palabras que Arjona no conozca límites, que cada vez que uno sienta que no dio más, que ya se preguntó "cómo encontrarle pestañas a algo que nunca tuvo ojos", que ya cantó sospechas como "será porque no me gusta la tapicería que creo que tu desnudez es tu mejor lencería", el tipo traiga al mundo éxitos de la talla de la quejumbrosa Pingüinos en la cama o la insólita De vez en mes. "De vez en mes te haces artista / dejando un cuadro impresionista / debajo del edredón", canta el muy ingenioso. "De vez en mes en tu acuarela / pintas jirones de ciruela / que van a dar hasta el colchón". También ha sido puesto en YouTube por una legión se seguidores. También se le llenan a uno los ojos de lagrimitas de emoción cuando lo ve. También es de no creer.
Y aquí tendría yo que parar. Debería preguntarme, en este punto, qué sentido tiene celebrar lo malo, debería pensar en voz alta si no es un poco bobo burlarse de lo bobo. Y haría bien en reconocer que quizá sea cierto eso de que "no hay nada nuevo bajo el sol" (pensemos en los capítulos de clasificación de El factor X, en los premios razzies a lo más vergonzoso de Hollywood, en los curiosos logros, en fin, de todos esos mastropieros de la vida real), porque desde el principio de los tiempos hemos tenido placeres culposos, hemos visto desde lo alto a los tontos y hemos celebrado la genialidad de los mediocres. Que Arjona no sepa parar nos devuelve la autoestima. Que Delfín no sepa rimar nos hace sentir superiores. Y sólo habría que agregar que es una verdadera lástima que al final del día se nos agote la arrogancia, que volvamos a la realidad tarde o temprano, y cada noche nos vayamos a dormir, más o menos derrotados, con esa curiosa nostalgia que produce no poder ser como los otros.