Esto no es el mundo. Alguien está soñándolo todo, en alguna esquina de cualquier ciudad, y nosotros estamos atrapados en su sueño. Porque, si no es así, ¿entonces cómo comprender que Arnold Schwarzenegger, aquel fisiculturista austriaco que interpretó sin problemas a Conan, el bárbaro, ese aficionado a las orgías que fue capaz de perder el papel de Hulk, el hombre increíble, por lo que los productores llamaron "falta de expresividad", y que triunfó en las taquillas porque parece hecho por computador y lo dice todo con la única mirada que tiene, haya vencido en las pasadas elecciones para gobernador de California a nadie más ni nadie menos que Gary Coleman, el negrito con ciertos síntomas de enanismo que repetía en cada capítulo de la serie Blanco y negro la frase "¿de qué estás hablando Willis?", por la diferencia abrumadora entre 3,694,436 y 12,690 votos?
Si supiéramos quién está soñándonos, entenderíamos sin problemas que la reputada Madonna se haya transformado en una maternal escritora de libros para niños unas semanas después de darle aquel beso famoso a Britney Spears durante la entrega de los premios Mtv ("en los ensayos nos dábamos piquitos", declaró antes de emprender la gira de promoción de un cuento de hadas que será traducido a 50 idiomas y que ha vendido unos 500,000 ejemplares: "juro por Dios", agregó, "que no sé por qué en el video parece que Britney me besa con pasión"), y que la propia Britney, preocupada por aquella foto infame, que apareció en primeras planas que ni siquiera ella podría leer, le haya prometido a sus seguidores que nunca más se besará con otra mujer, y haya asegurado que no es virgen, no, pero que sólo ha mantenido relaciones sexuales con un hombre, el cantante Justin Timberlake, su novio desde los días en que los dos hacían parte del club de Mickey Mouse, porque, abro comillas, "todo el tiempo pensé que íbamos a casarnos".
El joven Timberlake, por su parte, ha hecho todo lo que ha podido para que su nueva novia, la actriz Cameron Díaz, supere una mala racha que incluye una partida de nariz en vacaciones, una severa invasión de acné por toda su cara ("hasta yo tengo defectos", confesó) y una antológica salida en falso ("mira", dijo, "se ven mis pezones") en un conocido programa de televisión, pero todo parece indicar que la relación, lanzada a mediados de este mismo año, tiene las horas contadas: de acuerdo con The Sun, uno de los diarios sensacionalistas más críticos con las celebridades de nuestro tiempo, la pareja tuvo una fuerte discusión en un club de Nueva York por culpa de los insinuantes bailes de la protagonista de Los ángeles de Charlie. Un asiduo cliente de la discoteca, que confirmó los detalles de la pelea, resumió la escena como "una pesadilla colectiva".
¿Cuál es la moraleja de estas historias?: ¿qué información debemos recibir si terminamos de leer esta columna? Que, aun cuando insistamos en nuestras culturas y nos escondamos bajo el paraguas de nuestras ironías, los americanos nos han impuesto la dictadura del carisma. Que ahora sólo somos capaces de oír –en el arte, en la política, en la vida- a las personas que se declaran a sí mismas "atractivas". Que, aun cuando hay algo profundamente conmovedor en la ceguera norteamericana, en su necesidad de construir clubes de Mickey Mouse sobre los cementerios y convertir a todos los descarriados en madres honorables, la verdad es que por culpa de ellos nuestros estándares y nuestros valores descienden día por día, como el agua de un vaso abandonado, y terminamos por olvidar que esto que vivimos no es el mundo. La lección es, pues, que los gringos están soñando por todos nosotros. Y que tenemos que soportar, con humor, que no despierten.