Carta para Germán

Nuestro Germán, Pollo, Pardito, Germancito, Germi, Germinené no puede estar muerto. Esa es la frase que todos los que lo conocimos nos repetimos todo el tiempo. No puede ser. Es absurdo. Tiene que ser un mal chiste. Pero también, pensamos que todo y nada pueden pasar ahora. Tengo que confesar que he intentado escribir estas líneas desde que Germán se nos fue, y la verdad, un bloqueo mezclado con incredulidad no me lo permitió antes. Por eso hoy, cuando he vuelto de una excursión a Cartagena con estudiantes del Gimnasio Moderno, y no puedo llamarlo para contarle cómo me fue, es cuando entiendo que no va a estar cuando uno vuelva de viaje. Creo que en el fondo el bloqueo será para siempre, porque así escriba sobre Germán y a Germán, no podré tener en claro nada y el hecho de escribirle a alguien que no está y no responderá lo dificulta todo. Sin embargo, aquí le escribo una especie de carta breve (que dice muy poco), que, escrita en desorden, está dirigida a él y a nosotros. Es, eso sí, inevitablemente triste. 

Germán:

No deja de ser triste recordar la escena en que Ricardo, Miren Vitore y yo, temblábamos porque nos acababan de decir que usted, nuestro amigo de siempre, se había ido, que ya no estaba y que no iba a volver nunca. Esa escena en la que tomábamos té y aguas aromáticas en un acto desesperado por intentar comprender que  se trataba de un mal sueño. Esa escena en la que nuestra mente no paraba de imaginarlo a usted llamándonos a decir que todo era mentira. Esa escena en la que incomprensiblemente pensábamos en cómo decirle a nuestros papás y a todos los que lo habían conocido que usted se había muerto. Esa escena en la que uno por uno iba contándole a todos que usted no estaba ya. Esa noche y esa madrugada en la que Ricardo y yo le hablábamos y esperábamos que se nos apareciera. Esa madrugada en la que Ricardo y yo tratábamos de despedirnos o de hacerlo volver. Pero no, usted ni se apareció, ni llamó, ni volvió. 

Desde que tengo razón, mis amigos de verdad, han sido quienes se han reído conmigo, y los ataques de risa que nos unieron a usted fueron incontrolables e inolvidables, su risa no para de sonar en mi cabeza. Incluso, hace poco soñé con usted y estuvimos a punto de reírnos de esta situación tan absurda que estamos viviendo todos. Desde que nos conocimos, vivimos todos los ataques de risa y todos los proyectos juntos. ¿Cómo olvidar todo lo que hicimos?: los Aguiluchos, La Cartelera, EntrePalabras, las 52 historias, Dislexia,  Fondo de Publicaciones, la obra de teatro de Ricardo, Ochoymedio y todo lo que nos faltó. Cuando me fui para Canadá, y no tenía claro nada, me convenció de que me fuera para Colombia a estudiar periodismo con usted y así lo hice. Estudiamos en la misma universidad y tuvimos algunas clases juntos, y aunque diga juntos, no pudimos sentarnos al lado nunca, porque los ataques de risa habrían sido inevitables. Luego usted se fue para Canadá y cuando volvió terminamos la carrera y nos graduamos juntos.

En mi intensidad, recuerdo que un tiempo, cada vez que lo veía le decía “a mis brazos Germán” (recordando a Astérix y a Obelix), desde otro tiempo le dije, como mi mamá le decía: “Germinené o Germibebé”, y es que, como mi mamá decía, usted parecía un bebé, que es la definición que más se acerca a la de un ángel. “Ay Germán, Germán, ya las sopas están”, le dije yo un tiempo, y usted lo tradujo a: “Ay Julián, Julián, ya la sopa se está quemando”. Cómo olvidar sus: ¿Ah sí?, nooo, bien afortunadamente, mi papá, mi mamá, mi nanita. 

Mi mamá lo adoró desde siempre; usted tuvo la gracia de oírle sus males, estar pendiente de ella, darle esperanza y hacerla reír. Mi papá lo quería mucho; hoy se le hacen nudos en la garganta cuando lo recuerda como el “top executive”, cuando  trabajó para Soho. Todos mis amigos, que eran suyos también (porque esa era su gran capacidad de relacionarse con las personas) lo querían y siempre me preguntaban por usted. 

Me parece vernos almorzando en El Country, hablando de nuestros proyectos, de los éxitos de nuestro hermano Ricardo y al final despidiéndonos con ataque de risa del eterno gringo viejo que habitaba ese club. Me parece verlo dormido en el sofá de Ricardo, roncando y despertándose con risa. Usted tuvo una relación especial con cada uno de nosotros. Fue cómplice de mis Chuzopanes, de la cocinadas, creyó en mis fotografías (hasta que tomamos esas fotos deplorables para su papá) y en todo lo que hacía. Fuimos cómplices con Ricardo de todo lo que ocurría en nuestras vidas, nos dimos ánimo y esperanza, y siempre e inconscientemente nos prometimos ser hermanos para siempre, y cuando aparecieron Miren Vitore y María del Rosario, el equipo parecía completo. Ahora que su figura, su cuerpo, su risa, sus aplausos, su voz y sus silbidos no son evidentes y tangibles, el equipo no puede dejar pasar un solo día sin pensar en usted. 

Ahora que le doy clases a su sobrino, y veo a sus sobrinitos en el colegio, lo reconozco a usted en ellos y es inevitable no buscarlos e intentar acercarme a usted. Porque usted era su familia, y ahora lo percibo, su familia era usted. 

Así como usted lloraba desde Canadá por no estar en el matrimonio de nuestro hermano adoptivo Ricardo, hoy lloramos todos por lo que será una larga ausencia de parte suya, de aquí en adelante. Mientras usted descansa en paz, nosotros nos acordaremos de usted toda la vida, porque como hemos confesado todos con Ricardo le hablamos a sus fotos, lo vemos riéndose y nos tranquilizamos. Nos acordaremos de usted toda la vida porque su puesto estará siempre ahí: en la mesa, en las fotos, en la salas de cine, en los ataques de risa, en el sofá de Ricardo, en los juegos de Playstation, en su casa, en nuestros carros, jugando ‘la bolita’, en todos nuestros proyectos y lugares que visitemos. Ahora, usted será el lugar nada común de nuestras vidas.  A mis brazos Germán, a nuestros brazos.

Julián Saad Pulido / Octubre 5 de 2003