Mullholand Drive

Calificación: ****. Título original: Mullholand Drive. Año de producción: 2001. Guión yDirección: David Lynch. Música: Angelo Badalamenti. Actores: Justin Theroux, Naomi Watts, Laura Elena Harring, Ann Miller, Dan Hedaya, Robert Forster, Billy Ray Cirus.  

Ver Mullholand Drive por tercera vez es entenderla un poco menos. Es descubrir, por supuesto, que hay algo fascinante, de pesadilla, que nos obliga a volver sobre sus imágenes. Y llegar a la conclusión, al final, de que quizás no haya nada que entender. El cine norteamericano de las últimas décadas –y el europeo ha cedido, como el mundo, a sus paradigmas comerciales- nos ha acostumbrado a ver películas estáticas, construidas como obras de teatro, en las que nos respondemos las mismas preguntas y esperamos que los conflictos de siempre se resuelvan unos minutos antes de que caigan los créditos. Pero autores como éste, David Lynch, que subordinan la coherencia de la narración al poder de las imágenes, tienden a ponernos de pies sobre la tierra: nos dicen "el lenguaje cinematográfico no tiene que rendirle cuentas a ningún otro". 

Es verdad que La historia sencilla, la obra anterior de Lynch, era casi una producción convencional, con un personaje y una anécdota por desarrollar, pero también lo es que solo se trataba de un pequeño paréntesis en una carrera que, sobre la base de arriesgados efectos sonoros y encuadres llenos de símbolos, ha conseguido largometrajes tan enigmáticos como Cabeza borradora y Terciopelo azul, y planos tan perturbadores como la deforme sonrisa de un bebé mutante, el hallazgo de una oreja en la entrada de un bosque, la angustia de un hombre que necesita respirar helio para recuperar la excitación, la mirada de un enano que lanza un discurso en un idioma inédito, el ángel de mil colores que salva a una pareja de la muerte.

De Mullholand Drive recordaremos, desde ahora, el desconcierto de un presentador que grita "silencio: no hay banda" en castellano y la tristeza de una mujer que interpreta, en español, a capella y frente a un auditorio casi vacío, una de las mejores canciones de Roy Orbison. Nos quedará, primero, la sospecha de estar frente a un relato que funciona como un sueño, como una cinta de Moebius, y, más tarde, la angustiante sensación de no ser capaces de armar el rompecabezas de la aventura. Sí, tenemos a una actriz, Rita, que pierde la memoria en un accidente de tránsito, y a una inocente aspirante a estrella, Betty, que acaba de llegar a Hollywood, pero sólo podríamos agregar que se han encontrado gracias al azar y que parecen condenadas a revivir una trágica historia de amor.

El resto –la caja mágica, los hombres en miniatura, el director de cine que se enfrenta a una mafia sobrenatural- nos hará testigos del mundo enfermo de uno de los grandes cineastas de los últimos veinte años y nos servirá, si queremos, para imaginar los espacios en blanco de la narración. Porque en Mullholand Drive, como en casi todas las obras de David Lynch, no importa lo que ocurre sino lo que se ve. Y, aunque no podemos quitar los ojos de la pantalla, lo que tenemos enfrente es y será siempre un misterio.