Quinto Capítulo: Puños cerrados

Los poemas de Paul Auster 

En la época en la que redactaba sus ensayos, Paul Auster dedicaba horas a escribir poemas, no sólo porque este género necesita menos tiempo de trabajo (no es lo mismo trabajar sobre un verso que sobre un capítulo), sino porque no se creía capaz de intentar la prosa. Según Wolfgang Kayser, los poemas son la manifestación del estado de ánimo frente al presente. Y, como las fotografías de Auggie Wren, los poemas de Auster describen un momento del mundo que su estado de ánimo -su ojo- percibe. Su ojo, a pesar de ser el origen del poema, desaparece en los versos que aparecen en la página.

Aunque Auster escribió cuatro libros de versos, la mayoría de sus poemas presentan una estructura similar.  

Jordi Doce: Su estructura es siempre la misma: empiezan con un balbuceo, un par de palabras, una frase dicha al azar que tira del resto y abre la puerta a un discurso autista, hecho de velos y sombras, que es a un tiempo el lenguaje y lo que el poeta quiere hacer de él. No duran mucho, y por ello se dirían meras escaramuzas, que apenas comenzadas se resumen en un fogonazo, una última claridad súbita y precisa que recuerda el aforismo o la iluminación gnómica56.  

Los poemas austerianos son alephs, como las fotografías de Auggie Wren. En un primer momento, no parecen decir nada. Como las fotografías, parecen la obra de un loco. Todos los poemas son el mismo y todos son diferentes. Son pinturas de la misma esquina del mundo que apenas varía de una a otra. Como en las fotografías de Auggie Wren, o en las pinturas que Auster reseñaba cuando trabajaba en Ex Libris, sus poemas llevan un título que ayuda a su lectura.  

Final del verano: Flujo boreal, y toda la noche, desatada

en la hora diluviana del ojo. Nuestra voluntad de huesos

rotos, enfrentada al flujo

de piedras que van por nuestra sangre: vértigo

desde las alturas de helio

del lenguaje.

 

Mañana: un camino de montaña

bordeado de aulagas. La luz del sol

en las grietas de la roca. Hacerse menos.

Como si pudiéramos contener un simple aliento

hasta el límite del aliento.

 

No hay tierra prometida57.  

Sin ese título, como puede apreciarse en el caso de Final del verano, los poemas de Auster serían fotografías de un lugar en ninguna parte o pinturas informes y sin sentido. Gracias a su título, sabemos que el poema anterior es una foto de los últimos momentos del verano y una reflexión de la dificultad de contener en "las alturas de helio del lenguaje" un mundo que fluctua constantemente.

Bajo el título de Ground Work (obra de base) el propio Auster reunió sus poemas y sus ensayos, como si se tratara de un álbum fotográfico: los poemas, en particular, vienen fechados y titulados para iluminar su contenido. El título de la recopilación pretende revelar, para los lectores de la obra austeriana, que para entender la evolución de esa unidad es necesario atender a su origen. Y ese origen, esa obra de base en forma de poemas, tiene dos etapas claras: una etapa en la que los poemas se encuentran, por decirlo de alguna manera, dominados por la forma pictórica, enterrados y cerrados como un puño; otra en la que los poemas comienzan a ser, si se quiere, un poco más discursivos, narrativos o, siguiendo la comparación, comienzan a abrirse, lentamente, como la palma de una mano. La primera etapa estaría constituída por las secuencias de poemas Spokes, Unearth y Wall Writing, escritas entre 1970 y 1975.   

Exhumación: I. Tú junto con tus cenizas,

tus apenas escritas cenizas,

desgastando la oda, las incitadas raíces, el ojo extranjero:

con manos imbéciles te arrastraron

hacia la ciudad, y sin darte nada te encaminaron

en este nudo de jergas.

Tu tinta ha aprendido

la violencia del muro. Desterrado,

pero siempre al corazón

de este silencio hermanado,

tallas las piedras

de tierra invisible, y amansas tu lugar

entre los lobos. Cada sílaba

es obra del sabotaje58.  

Como puede verse, el poema de la primera etapa de Auster siempre está dirigido a sí mismo, al que se encuentra "desgastando la oda" y el ojo que recibe el mundo que ésta expresa. El poema no llega a ser hermético, pero sólo adquiere sentido en el último verso. Su ambigüedad puede llevar a la interpretación contraria, a la aceptación de la imposibilidad de comunicarse. Sin embargo, como en todos los poemas de Auster, el último verso de Exhumación nos conduce a leer la opción contraria: el poeta se ha dedicado a observar a pesar de que ha sido conducido, como todos, por un mundo sin sentido, una torre de Babel en la que el lenguaje se convierte en un muro que impide la comunicación y genera la incomunicación. El poeta ha entendido la realidad de la incomunicación y, en su intento de decir, ha decidido autodesterrarse a la solidaridad del silencio, para ser el menos salvaje entre los salvajes. Ha decidido escribir. Eso significa, si pensamos en el lenguaje como un muro que nos impide la comunicación, un intento, sílaba a sílaba, de derribar la barrera que no nos permite ver más allá.

Escritura mural: Nada menos que nada.

 

En la noche que viene

de nada,

para nadie en la noche

que no viene.

 

Y lo que se levanta en el borde de la blancura,

invisible

en el ojo de aquel que habla.

 

O una palabra.

 

Viene de ninguna parte

en la noche

de aquel que no viene

 

O la blancura de una palabra

raída

en el muro59. 

El muro detiene la mirada. Y no es una metáfora: un cuerpo está en el mundo. Acepta su vocación. Es poeta. Esto significá que el mundo estará en su ojo. Y que las palabras serán su herramienta para decir lo que ve. Pero el mundo es un lugar que pasa, que se acaba como el verano, y no puede ser detenido por el lenguaje. Entre las palabras y los objetos, entonces, hay un muro. Un muro que se parece a la muerte y al siglo XX que nos va cercando. Un muro que, en todo caso, detiene las posibilidades del ojo, que es una forma de decir que detiene las posibilidades de integrar (conocer) el mundo en nuestra vida.   

Autobiografía del ojo: Cosas invisibles,

enraizadas en el frío,

y creciendo hacia esta luz

que se desvance

hacia cada cosa

que ilumina. Nada termina.

La hora regresa

al comienzo de la hora

en que respiramos: como si

ahí no fuera nada. Como si yo

no pudiera ver nada

que no es lo que es

 

En el límite del verano

y su calidez: cielo azul, colina púrpura.

La distancia que sobrevive.

Una casa, elevada con aire, y el flujo

del aire en el aire.

Como estas piedras

que se deshacen sobre la tierra.

Como el sonido de my voz

en tu boca60.  

Como si el muro lo retara, el ojo se expresa. En el caso de la poesía, lo hace a través de la palabra. Y, ante el edicto wittgensteniano de que sólo puede decirse lo que acaece, en los poemas de Auster lo que observa el ojo es simplemente descrito. Por otra parte, lo que acaece es una suma de orden y caos, y esto sólo puede expresarse por medio de un lenguaje que se anule a sí mismo: "Como si yo / no pudiera ver nada / que no es lo que es". Como las rimas sin-sentido de Lewis Carroll (cuyo libro aparecerá citado en Ciudad de cristal), los poemas de Paul Auster no son, únicamente, quejas románticas, sino la demostración más clara de la angustia que trae el hecho de contar con una única herramienta, limitada, que sólo puede ser maldecida y criticada por medio de ella misma. Es esa angustia, que no logra derrotarlo, la que consigue, de alguna manera, que el lenguaje austeriano amplíe sus fronteras y que, incluso, si lo pensamos de esa forma, sus muros, se derrumben lentamente. Paul Auster lucha contra las palabras de la misma forma en que, contra los molinos, luchaba el Quijote de Cervantes. Y en la lucha descubre, como si una palma se abriera, que existe un género -o, por ahora, una forma de usar el lenguaje- en el que, cuando hemos aceptado el lenguaje como juego, pueden superarse los límites de las palabras para comunicar a alguien el mundo. O, si se quiere, derribar el muro.  

Blanco: Para uno que se ahogó:

esta página, como

lanzada al mar

en una botella.

 

Para que,

hasta cuando el cielo se embarca

en la observación de la tierra, un eco

de la tierra

pueda navegar hacia él,

lleno de un recuerdo de lluvia,

y el sonido de la lluvia

cayendo en el agua.

 

Por lo que

él habrá aprendido,

a pesar de la ola

que ahora está cayendo desde la cresta

de las montañas, que cuarenta días

y cuarenta noches

no nos han devuelto

paloma alguna61. 

La segunda etapa de la obra poética de Auster, que está conformada por Fragments from Cold (1977) y Facing the Music (1979), comienza a orientarse hacia un discurso, hacia lo narrativo. En esos poemas se repiten los mismos temas, por supuesto. El cuerpo que intenta hacer parte del mundo por medio de la voz y el lenguaje ("Oír el silencio / que sigue a la palabra de uno mismo. Murmullo / de la piedra mínima / tallada a imagen / de la tierra, y aquellos que hablarán / no serán nada más / que la voz que los habla / en el aire"62), la transitoriedad del mundo, y la distancia -subrayada por el muro- entre el yo y el mundo ("quiero igualarme / a cuanto el ojo / pueda, quiera / traerme, como si / finalmente / pudiera verme a mí mismo"63). Además, cada vez es más evidente que éstos son temas, que es una forma de decir que en los últimos poemas de Auster el tema central no es la forma, sino que a partir de la lucha formal algo se narra: por ejemplo, el hecho de escribir un poema a partir de una pintura de Bradley Walker Tomlin (Búsqueda de una definición), la vida y la experiencia de Van Gogh ante el lienzo (Reminiscencia del hogar), la sensación ante la muerte de su padre (S.A. 1911-1979). Los poemas de la segunda etapa no representan un salto en la obra de Auster, sino una evolución: la palma que se abre, la forma que deja de mirarse únicamente a sí misma y comienza a observar el mundo. El ojo que derriba el muro y logra expresarse finalmente, consciente de sus gafas, pero también del mundo que recibe a través de ellas.  

Narrativa: Porque lo que ocurre no ocurrirá jamás,

y porque lo que ha ocurrido

ocurre sin fin una y otra vez,

 

somos lo que fuimos, todo

ha cambiado en nosotros, si hablamos

del mundo

es sólo para dejar al mundo

desdicho. Invierno joven: en el árbol desnudo

las manzanas amarillas

que no han caído, las huellas

de un ciervo invisible 

en la nieve primaria, y entonces la nieve

que no se detiene. No nos arrepentimos

de nada. Como si pudiéramos permanecer

en esta luz. Como si pudiéramos permanecer en el silencio

de este solo instante

 

de luz64.

Al final es evidente que Paul Auster ha superado su obsesión con las posibilidades del lenguaje. O, en sus términos, es evidente que tiene hambre de significados. Hambre de lograr sugerir lo inexpresable. Paul Auster sabe que cuenta con una única herramienta, limitada e imprecisa, para sugerir sus ideas y sus sentimientos. Sabe que esa herramienta es arbitraria y que la única manera de lograr que revele lo sentido es encontrando nuevas conexiones que, sin sacrificar el oficio, puedan ser entendidas por los otros. Es cierto. Para Paul Auster las palabras y las cosas se separan: 

Jordi Doce: Pero dicha división no ha de tomarse aquí en su sentido más extremo. Si Auster evita caer en el solipsismo o el silencio suicida de gran parte de sus predecesores [el simbolismo, la vanguardia], ello se debe, sin duda, a su creencia final de que palabra y mundo pueden restañar sus heridas y retomar un diálogo, ya que no inocente, sí al menos iluminador: impulsados por un anhelo de utopía, los poemas se abren lentamente hasta convertirse en la palma de la prosa y ocupar su lugar entre las cosas65.        

Así, los poemas dentro de esa unidad que es la obra de Paul Auster representan el aprendizaje del mundo y del lenguaje que puede registrarlo. Como un artista que pasa de la fotografía al cine, Paul Auster aceptará, por medio de esos poemas, que existe una manera de usar el lenguaje de tal manera que, como un mensaje en un botella, las palabras lleguen a algún receptor dispuesto a hallarlo. Sus propios poemas lo irán conduciendo, poco a poco, al relato. 

Sin embargo, como todo en la obra de Auster, la llegada al relato ocurrirá sin violencia y sin cortes abruptos. Estamos en el peor momento de su vida, claro. El dinero le hace falta y un bloqueo de dos años en el que sólo "Paul Benjamin" produce algo por él, le impiden ver lo que nosotros vemos. Auster no imagina que su obra va hacia el relato. No se imagina ninguno de los eventos que lo llevarán a intentar la prosa ni que ésta articulará sus contradicciones.