Legado

Si yo me muriera mañana, si me muriera, digamos, en un par de meses, les dejaría todas las cosas que sé a mis dos sobrinos. Les escribiría una carta a mano, con mi letra de zurdo juicioso, preparándolos para lo que se les vendrá encima cuando descubran qué tipo de mundo es el mundo en el que viven. Les diría, en los primeros párrafos de mi mensaje, que nada tiene de malo comer a deshoras, que los papás no saben nada que uno no sepa, que no se ha probado aún que leer lo haga a uno una mejor persona, que cuesta mucho amar a Dios sobre todas las cosas, que la Coca-Cola normal no es tan mala como dicen, que "ayudar a la humanidad" no puede ser el sentido de ninguna vida seria, que está bien pasarse todo un día viendo películas malas, que la televisión es una de las grandes conquistas del hombre, que da igual cualquier religión que se escoja, que David Hasselhoff nos ha estado mamando gallo a todos, que las familias tendrían que eliminar cargos burocráticos tales como "primos segundos", "tías abuelas" y "biznietos", y que está bien (que de hecho es sano) odiar esa canción de aniversarios que se llama Los caminos de la vida, esa, la de los tiples alborotados, porque en ella "y brotan como un manantial las mieles del primer amor". Y ellos, mis sobrinos, se quedarían sonriendo.

Les revelaría, en la segunda página de mi testamento, mis mejores trucos para ir bien por la vida. Les aconsejaría que siempre, para evitar las envidias de los otros, se hicieran los que no están entendiendo nada, que les digan a todos que sí, que tienen toda la razón, cuando se den cuenta de que lo único que pretenden en la vida es que les den toda la razón. Les recomendaría que no llegaran temprano a ninguna cita porque la gente suele llegar tarde, que dejen las llaves de la casa en el mismo sitio de siempre, que nunca vayan a las películas con la gente equivocada, que no confíen en los tipos de bigote, que no confíen en los tipos de barbitas graciosas, que no confíen en esas personas que se atreven a decir la frase "es tiempo de que comience a pensar en mí mismo", que no les digan a los demás las cosas que piensan hasta que no estén seguros de que las piensan, que en lo posible no digan nada, que en lo posible se queden quietos, que no estudien ninguna carrera que dé plata porque la competencia es insoportable, que me olviden, que tengan bombillos nuevos a la mano por si acaso, que si se sienten enfermos no se queden en la cama esperando a que la enfermedad se vaya sola, que no sean caritativos, que no miren debajo de la cama por las noches, que dejen la loza sin lavar todo lo que quieran, que no se avergüencen de sus rutinas, que no pierdan el tiempo contando las mezquinas vueltas de un billete pequeño, que no compartan platos en un restaurante con una persona que quieran pues terminarán entregándole las cosas más ricas de ambos platos. Y ellos, mis sobrinos, se mirarían confundidos.

Les advertiría, antes de llegar al gran final de mi encíclica, de algunos comportamientos que pueden salvarlo o desterrarlo a uno de la sociedad: les rogaría que no hagan pegas porque en las casas de ahora hay identificadores de llamadas, que no se vistan de rojo si no quieren que alguien los note, que no se pongan pantalones forrados, que no anden por la calle con un gorro de lana porque los demás van a creer que son atracadores, que no pontifiquen, que crean en un par de cosas, que sean hinchas de algún equipo de fútbol, que no sean hinchas del Santa Fe, que se traguen la risa en los entierros, que se traguen la risa en los matrimonios, que no le rindan cuentas a nadie, que sientan la culpa antes de hacer las cosas pues a nadie le sirve que la sientan después, que no se echen la culpa de los desencuentros amorosos que les pasen, que nunca, jamás, por ningún motivo, den consejos románticos, y que no crean en eso de "vivir la vida" porque lo siguiente es ser eternamente joven, contemplar atardeceres, bañarse en cascadas naturales, disfrutar el trino de los putos pajaritos que madrugan y caminar descalzos por la playa, y nada de eso sale bien si se hace en serio.

Si yo me muriera en un par de meses, si me muriera, mejor, en un par de años, les dejaría todas las cosas que sé a mis dos sobrinos. Y ellos le dirían "gracias" a mi fantasma, yo sé, en mi familia se dice "gracias" por cualquier cosa, pero preferirían, porque los conozco, que siguiera acompañándolos a repetirse La bella y la bestia. Y que siguiera prometiéndoles que nadie va a morirse.