La dama de hierro

La brillante actuación de Meryl Streep, que la llevó a ganar el Oscar de este año, salva a esta película confusa. Calificación: ** (dos estrellas) Título original: The Iron Lady Año de estreno: 2011 Dirección: Phyllida Lloyd Guion: Abi Morgan Actores: Meryl Streep, Jim Broadbent, Anthony Head Es una extraña película sobre Meryl Streep. En teoría retrata la abrumadora vida de Margaret Thatcher desde su triste vejez: en teoría muestra cómo ha hecho para sobrevivir a sus recuerdos, a sus decisiones y a sus pérdidas aquella Primer Ministro ultraconservadora que gobernó a Inglaterra de 1979 a 1990. En la práctica, sin embargo, se dedica a poner en escena el talento inagotable de Meryl Streep: en la oscuridad del teatro, mientras se es testigo de cómo la actriz norteamericana consigue encarnar todas las caras y todos los cuerpos de semejante personaje del mundo –allá va encorvada por una calle de Londres, aquí está sirviéndole el desayuno al fantasma de su esposo, ahora se encuentra enfrentando, orgullosa, a sus contradictores en el parlamento-, pasa por la cabeza la sospecha de que quizás sea Streep “la dama de hierro” de la que estamos hablando. Streep es Thatcher: vive dentro de ella. Pero afuera, en este desconcertante largometraje titulado La dama de hierro, no sucede el relato controversial de una vida que llegó a desequilibrar el mundo, sino el perfil complaciente de una mujer que consiguió abrirse paso en una sociedad escrita, producida y dirigida por los hombres. La protagonista de La dama de hierro es una valiente líder convencida de sus principios conservadores: para hacer realidad el discurso que su padre solía dar, para contener a aquellas ideologías que “conducen al declive de las naciones”, Thatcher entra a estudiar en Oxford, se casa con el negociante que le dará el apellido, obtiene una silla en la Cámara de los Comunes, logra convertirse en la cabeza de su partido político y llega a ser la primera mujer en alcanzar el título de Primer Ministro de Inglaterra. Pero lo que en verdad le importa a esta producción es su llegada a la demencia senil. Qué extraño. Es como si en una película sobre Pelé no se viera ningún partido de fútbol. Como tantas películas biográficas que abarcan mucho pero poco aprietan, como tantas películas biográficas que en su afán de decirlo todo no cuentan una vida ni retratan a una persona, la elegante La dama de hierro se vale de una estructura narrativa llena de flashbacks y de trucos que terminan por desdibujar a su personaje principal. Sí, esa ama de casa con voz de ratón se transformó a sí misma, a punta de coraje, en una presidente de voz gruesa. Sí, bailó con Ronald Reagan. Y sí, condujo a su país en tiempos turbulentos. Pero quien quiera conocer los hechos de su vida tendrá que meterse a Wikipedia. Y quien quiera encontrar una respuesta a la pregunta de “¿cómo era Margaret Thatcher?” tendrá que leerse algún libro que valga la pena. Porque aquí, en La dama de hierro, hay planos bonitos. Hay una suma de buenas ideas cuyo resultado es cero. Y una actuación brillante que le dio a Meryl Streep el tercer premio Oscar de su carrera. Y que salva, por muy poco, a esta película confusa.