La ciencia del sueño

Calificación: ***. Titulo original: The Science of Sleep. Año de estreno: 2006. Guión y Dirección: Michel Gondry. Actores: Gael García Bernal, Charlotte Gainsbourg, Miou-Miou, Alain Chabat, Pierre Vaneck, Emma de Caunes, Aurélia Petit, Sacha Bourdo, Stéphane Metzger.  

El ingenio no es nunca suficiente. El ingenio se agota. Tiene que haber algo más, algo más que giros inteligentes e imágenes brillantes, para que una ficción nos afecte de verdad. Si La ciencia del sueño se hubiera salido un poco de la cabeza de su protagonista aniñado, si hubiera tenido, por ejemplo, más de un personaje en crisis, no estaríamos hablando de una obra conmovedora, de un noble fracaso, sino de otra memorable comedia (otro clásico, quizás) del mismo Michel Gondry que en 2004 presentó la maravillosa Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Pero ha hecho falta, en esta nueva película, un hombre de escritorio que piense en la mejor manera de contar la historia. Ha hecho falta un guionista con la intuición de Charlie Kaufman (a Gondry le dio por escribir el guión) para convertir el desahogo de un artista enamorado, el relato personalísimo de cierto romance, en un largometraje que nos llame a todos por el hombro.

Dos cosas deben ser aclaradas antes de continuar. Que criticar cualquier relato con las palabras "debería haber sido" no sólo es una injusticia (en la que solemos caer sin darnos cuenta) sino una lamentable pérdida de tiempo. Y que aunque La ciencia del sueño sea más interesante como sesión de psicoanálisis que como historia, aunque ni siquiera se preocupe (que sí lo hacía el guión que Kaufman le escribió a Gondry para Eterno resplandor) por crear tramas paralelas que subrayen los interrogantes de la trama principal, y en últimas deje esa sensación de video clip alargado, vale la pena extraviarse en su lógica febril, en su agotadora cadena de giros inteligentes e imágenes brillantes, porque, igual que las demás obras de Gondry, igual que los cortos que ha filmado para la cantante islandesa Björk, nos devuelve al estado original en el que descubrimos que el cine es un milagro, al momento de la niñez en el que caemos en cuenta de que esas personas no tendrían por qué moverse en la pantalla.

Esta vez los dos enamorados son vecinos de apartamento, disfrutan los mismos juegos de niños, y tienen el mismo nombre, Stéphane y Stéphanie, como si no hubieran nacido sino para quererse. El gran problema para que prospere esta relación (en un principio tan verosímil) es que mientras él, un inventor de oficio, no consigue salir de su propia cabeza, ella, una trabajadora silenciosa, no se permite a sí misma dejar de ser un misterio. Que es, si uno lo piensa con cuidado, el mismo "gran problema" (ese "¿quiénes son estos dos enamorados?" que no se responde del todo) que hace que al drama sólo le quede la pirotécnica visual para llegar a alguna parte. No hay drama sin personajes en crisis. Y a los de La ciencia del sueño les hace falta una mirada desde fuera, de adulto responsable, para trasformarse. Resulta insatisfactorio que los sueños los rescaten. Aun cuando, pensándolo bien, quizás se trate de otra escena verosímil.