Beethoven: monstruo inmortal

Calificación: **1/2. Título original: Copying Beethoven. Año de estreno: 2006. Dirección: Agnieszka Holland. Guión: Stephen J. Rivele y Christopher Wilkinson. Actores: Ed Harris, Diane Kruger, Matthew Goode, Phyllida Law, Joe Anderson.  

Las preguntas son: "¿cómo filmar la vida de un personaje histórico sin que se convierta en una antología de grandes momentos?" y "¿cómo dramatizar la biografía de un hombre sin que el espectador esté esperando, con el reloj a la vista, que llegue la escena de la muerte?" Sólo hay una respuesta: como lo hace Beethoven: monstruo inmortal con la existencia del compositor alemán, como lo hizo Amadeus con los últimos días de Mozart, se debe convertir una vida en un drama en tres actos que cuente una sola, una nada más, de las mil historias que componen una biografía. He aquí, en el largometraje que reseñamos, el relato de cómo el músico Ludwig van Beethoven, en la Viena de 1824, trata de terminar su novena sinfonía (el tiempo se le ha acabado: le quedan apenas unos días para presentarla) con la ayuda de una valiente copista llamada Anna Holtz.

Beethoven: monstruo inmortal entiende, pues, que una pequeña anécdota puede retratar a una persona. Y eso, en este tipo de producciones, ya es mucho. Y es un buen punto de partida. Pero le faltan, todavía, muchas metas por alcanzar: que la anécdota sea, en verdad, una narración que nos agarre por el cuello; que los personajes, por más históricos que sean, consigan conmovernos; que la realización, desde los encuadres hasta el montaje, nos convenzan de que teníamos que estar sentados frente a esa pantalla. ¿Logra este largometraje cumplir estos propósitos? No del todo, no. Y ese es el gran problema. La trama nos envuelve a medias, los personajes parecen, a veces, títeres de melodrama, y la realización tiende a ser más bien perezosa. La última media hora, que emocionará hasta el más indolente, lo redime todo: la presentación de la novena sinfonía, filmada con una pasión inesperada, lo deja uno sin palabras. Pero tal vez sea demasiado tarde.

Ed Harris, el gran actor secundario del cine norteamericano (que filmó, como director, una biografía cinematográfica que funciona: Pollock), trata de hacernos creer, a punta de ira, que es ese músico llamado Beethoven. Y la directora polaca Agnieszka Holland, que se atrevió a retratar al poeta Arthur Rimbaud en Eclipse total, que logró conmover a los espectadores del mundo con su versión de El jardín secreto, narra la relación fraternal del compositor con su copista como si quisiera llegar pronto a ese acto final: es decir, como si todas las secuencias anteriores a la de la presentación de la gran pieza musical fueran, en verdad, secuencias de trámite. Nadie podrá decirles, ni a Harris ni a Holland, que hayan hecho, esta vez, una mala película. Pero será difícil hallar un ferviente admirador del resultado.

Ver Beethoven: monstruo inmortal (por Dios: ¿a quiénes se les ocurren estos títulos?) no es perder el tiempo, no, pero no pasa de ser una buena manera de matar una tarde. Que no tiene nada de malo. Quién dijo. Pero tiene algo de triste cuando ser un simple divertimento no estaba en los planes..