Terror en Silent Hill

Calificación: **. Titulo original: Silent Hill. Año de estreno: 2006. Dirección: Christophe Gans. Guión: Roger Avary. Actores: Radha Mitchell, Sean Bean, Laurie Holden, Jodelle Ferland, Deborah Kara Unger, Kim Coates, Alice Krige. 

Los juegos de video, incluso los más básicos que hemos jugado, suelen ser dramas completamente redondos: no sólo es fácil ponerse en el lugar del protagonista (que es uno mismo) sino que no cabe duda de que ganar el juego es el objetivo que pretende alcanzar, control en mano, el atribulado héroe del relato. El problema, cuando los videojuegos son convertidos en largometrajes, es que no es uno, sino un personaje, quien debe superar una serie de obstáculos para salir victorioso. Y que entonces, porque pocas películas sobreviven a punta de efectos especiales, sorpresas terroríficas y atmósferas misteriosas, comenzamos a exigirle a la pantalla una trama que respete nuestro tiempo, unos actores que comprendan las escenas que interpretan y un director que sepa bien qué historia está contando. La verdad es que las adaptaciones cinematográficas de aventuras diseñadas para aparatos como PlayStation o X-BOX no han pasado de ser pasatiempos vividos por otros: pensemos, para cerrar la idea, en las mediocres versiones de Final Fantasy, Resident Evil y Tomb Raider.

Quizás Terror en Silent Hill sea la mejor hasta el momento. Y se trata, por supuesto, de una producción decepcionante.

Silent Hill fue, en su momento, un gran juego: su gracia estaba en que el jugador, atemorizado por ladridos ahogados, graznidos ensordecedores y apariciones venidas del propio miedo, debía cruzar un pueblo deshabitado (un infierno que parecía quedar en el borde del mundo) en la búsqueda de una hija desprotegida. La película, que no decepciona por ser inferior al juego sino por ser inferior a la pesadilla sin sentido que promete en sus primeras secuencias, pretende ponernos del lado de una mujer nerviosa llamada Rose, que, preocupada por el sonambulismo de su hija Sharon, decide viajar (¿masoquismo?, ¿aburrimiento?, ¿simple estupidez?) a la villa abandonada que la niña padece en sus alucinaciones. Aquel viaje resulta ser un grave error. Un accidente de tránsito la conduce a la dimensión desconocida. Y así empiezan los diálogos que producen vergüenza ajena, los interrogantes que sería mejor no responder y las imágenes alegóricas que despiertan un cinismo que se desconocía hasta unos minutos antes de entrar en el teatro.

La trama, que en el aterrador juego se reduce a un "ir de objetivo en objetivo", se trasforma en una serie de explicaciones no pedidas (¿gemelas separadas?, ¿cacerías de brujas?, ¿sectas de la luz?) que desilusionan a cualquiera. Los actores, a merced de una suma de castigos que sus personajes se han ganado en sana lid, gritan sus parlamentos como los profesionales que son, pero, en medio de tanta tontería, poco pueden hacer para engañarnos. Y el director, el francés Christophe Gans, conocido en el mundo del cine por El pacto de los lobos, dedica toda su energía a recrear una atmósfera inquietante que podría haber sido la atmósfera de una buena película.