Descarrilados

Calificación: **. Título original: Derailed. Año de producción: 2005. Dirección: Mikael Håfström. Guión: Stuart Beattie, basado en la novela by James Siegel. Actores: Clive Owen, Jennifer Aniston, Vincent Cassel, Melissa George, Addison Timlin, Giancarlo Esposito. 

La semana pasada, como una alternativa a las producciones nominadas este año al premio Óscar (quiero decir: siempre, para dejarnos respirar, tiene que haber un par de largometrajes mediocres en cartelera), aparecieron en algunos cines del país dos fallidos melodramas sobre los peligros de la infidelidad. El primero, Descarrilados, le hace pensar a uno en los titulares contundentes del periódico El Espacio. Mientras su historia avanza, mientras su protagonista va de desgracia en desgracia como el títere de un niño malo, se nos pasa por la cabeza esta sinopsis: "¡se llevó a la amante a un motel de quinta y le quitaron la plata para el riñón de la hijita!" Es eso, a fin de cuentas, lo que ocurre en la película. Podría resumirse con mayor elegancia, claro, podría decirse que el pobre publicista Charles Schine (lo sabemos: esposo abnegado, padre ejemplar, profesional consumado) se ha dejado llevar por su irrefrenable atracción por una solitaria banquera llamada Lucinda Harris, pero es eso, esa cadena de truculencias evitables, lo que ocurre en la pantalla.

El comienzo es esperanzador. Nos presenta paso a paso, como un documental de la televisión pública, como un apasionante informe de laboratorio, el camino a una aventura extramarital de esas que se dan todos los días en el mundo: nos deja ver la rutina decadente de la pareja, la angustia por la hija que necesita un costoso trasplante para sobrevivir y el desánimo en un trabajo en el que nadie parece reconocer los esfuerzos ajenos, y así, cuando ya ha dado suficientes pruebas de la soledad del protagonista, nos convence de que aquel romance a escondidas era el único camino que quedaba.  Y entonces empieza la aventura de suspenso. Y Descarrilados no vuelve a convencernos de nada. Trata de sorprendernos con atrocidades, con violaciones, narices rotas y cadáveres sangrientos, pero, por cuenta de ese efectismo barato, consigue desencantarnos, distanciarnos de sus personajes, convertirnos en espectadores que no se salen del teatro porque ya han perdido mucho tiempo y por lo menos quieren enterarse de en qué va a terminar esa locura.

Pedirle verosimilitud a una ficción no es nada más que pedirle respeto por sus propias reglas. Descarrilados es inverosímil porque en la última media hora traiciona por completo el suspenso dramático que propone en su primer acto, porque se saca de la manga el as de la violencia (pasa de Hitchcock a Chuck Norris) cuando descubre que su narración se ha empantanado. Hay, sin embargo, una razón para verla hasta el final: sólo entonces, cuando el señor Charles Schine descifra un misterio que todos los demás ya habíamos descifrado, caemos en cuenta de que elegir a la amable Jennifer Aniston como actriz principal de una trama macabra ha sido uno de los malos cálculos que ha hecho este anodino pasatiempo.