La guerra de los mundos

Calificación: ***1/2. Título original: War Of The Worlds. Año de producción: 2005. Dirección: Steven Spielberg. Guión: David Koepp y Josh Friedman basado en la novela de H. G. Wells. Actores: Tom Cruise, Dakota Fanning, Justin Chatwin, Tim Robbins, Miranda Otto, Morgan Freeman.  

El espectador que de verdad se emociona con esta estupenda versión cinematográfica de La guerra de los mundos, ha entrado en el teatro dispuesto a todo, desarmado, con la ilusión de ser testigo de un relato sobre el miedo que sentimos, una inquietante crónica de supervivencia, un espectáculo que haga ver pobre –o mejor: que complete- la realidad que vivimos cada día. Quiere acompañar a un par de personajes mientras corren por sus vidas, aspira a rogar en la oscuridad, aferrado a los brazos de la silla, que todo salga tan bien como se pueda. Para eso ha pagado una boleta. Eso esperaba. Y Steven Spielberg se lo ha entregado todo –el miedo, la crónica, el espectáculo- porque lo conoce de memoria. Su gran carrera (pensemos en Duel, Tiburón, Jurassic Park, La lista de Schindler, Sentencia previa) nunca ha logrado dejar atrás a un público que cree, con él, que sobrevivir es un milagro.

Aun cuando parte de la novela en la que H. G. Wells parodió el imperialismo británico, y no obstante celebra la adaptación radial con la que el genial Orson Welles aterró a los hombres de 1938, La guerra de los mundos que está en nuestros cines es sobretodo una película de Spielberg: ahí están, para demostrarlo, para devolvernos al universo que el cineasta comenzó a crear hace ya treinta años, los acordes misteriosos, la lógica de vida o muerte, los ojos abiertos, las luces polvosas que entran por las rendijas de una habitación, las magistrales escenas de suspenso construidas encuadre por encuadre, las imágenes imborrables (el tren que se quema, el valle de sangre, la tierra que se agrieta), la conmovedora resolución culposa, y el hombre que se resiste a crecer, otro de esos padres ineptos, el torpe maquinista Ray Ferrier, que lleva a sus dos hijos desde Nueva Jersey hasta Boston con la esperanza de no ser exterminado por aquellos ejércitos de seres extraterrestres que han llegado al mundo dispuestos a acabar con la raza humana.

El espectador que sabemos agradece todos esos elementos. Y otros más: que se piense visualmente, que se eleve el cine de serie B a la categoría de cine bien filmado, que no se pierda de vista el sentido del humor, que sirva de catarsis a un público doblegado por el miedo, que se consiga una de las más sentidas actuaciones del desconcertante Tom Cruise, que se eviten al máximo los lugares comunes de las producciones de desastres, que los alienígenas demoníacos puedan tomarse como una metáfora del terrorismo de este nuevo siglo pero también como una denuncia de la tiranía estadounidense, que en nombre del punto de vista elegido, el de una pequeña familia como cualquiera, no se caiga en la tentación de los finales grandilocuentes, y que se nos recuerde, como en las historias de marcianos y monstruos y asesinos "porque sí" que Spielberg ha puesto en su lugar desde los setenta, que vivir, sólo vivir, es un gran logro.