El arca rusa

Calificación: ***1/2. Título original: Russkiy kovcheg. Año de producción: 2002. Dirección: Aleksandr Sokurov. Guión: Boris Khaimsky, Anatoli Nikiforov, Svetlana Proskurina, Aleksandr Sokurov. Actores: Sergey Dreiden, Mariya Kuznetsova, Leonid Mozgovoy, Mikhail Piotrovsky, David Giorgiobiani, Aleksandr Chaban, Yev Yeliseyev.  

En una sola toma, gracias a una prodigiosa cámara de tiempos digitales que se resiste a apagarse, a cortar, a capturar planos expresivos para editar más tarde en la sala de montaje, un diplomático europeo del siglo 19 nos guía por el museo del Hermitage, en San Petesburgo, en busca de algo que podría llamarse "el alma rusa". Es una proeza. Un ejercicio vanidoso. Uno de esos largometrajes que parece valer la pena, sobre todo, por el relato de cómo fueron filmados: a fin de cuentas, unas 4500 personas de varias nacionalidades participaron en una faraónica puesta en escena en la que (por ser un único plano secuencia, por no tener otra oportunidad de filmar en aquellas galerías) ni los actores ni los técnicos podían equivocarse. Y sin embargo, más allá de esa gigantesca producción que tanto distrae (es fácil llegar a pensar "esta película es superior a mis fuerzas"), El arca rusa funciona como un sueño envolvente que contiene el espíritu de una cultura que le ha dado forma al mundo de estos últimos tres siglos.

La idea de su director, el experimentado Aleksandr Sokurov, era "crear un largometraje sobre el Hermitage para el Hermitage". Pero en verdad ha inventado una película febril que avanza –que no deja de avanzar- con la lógica de vaivén de la historia. Las oscuras habitaciones de Pedro el grande, los paseos de invierno de Catalina la grande, el último baile monumental organizado por el zar Nicolás segundo: todo el esplendor de la Rusia que terminó con la revolución se encuentra en esta producción que merece estar en un museo.