Héroe

Calificación: ***1/2. Título original: Hero. Año de producción: 2002. Dirección: Zhang Yimou. Guión: Li Feng, Wang Bin, Zhang Yimou. Actores: Jet Li, Tony Leung, Maggie Cheung, Zhang Ziyi, Donnie Yen, Chen Daoming.  

La historia de Héroe gira sobre sí misma, en boca de sus dos personajes principales, como si en vez de una película estuviéramos viendo una pirámide de cuatro colores. Quiero decir que, para ser feliz mientras se ve este relato con apariencia de mito, lo mejor que se puede hacer es tomárselo como si se tratara de una serie de pinturas (pinturas de una belleza incuestionable) que recrean un mismo pasado desde puntos de vista diferentes. Ocurre en la China feudal, en el castillo del rey de Qin, en tiempos de guerra. Un guerrero sin nombre trata de probarle al monarca incrédulo, a cien pasos del trono imperial, que ha ejecutado a los tres verdugos, Cielo largo, Espada rota y Nieve voladora, que habían jurado asesinarlo para quedarse con la cabeza del reino. Pero todas las narraciones pueden ser interpretadas siempre que se quiera. Y el rey, que sueña con unir a su mundo cueste la sangre que cueste, poco a poco se convence de que así no sucedieron los hechos.

Dirigida por Zhang Yimou, cineasta chino reconocido en el mundo por pequeñas obras íntimas como Jo Dou, Ni uno menos y Camino a casa, y filmada por el operador australiano Christopher Doyle, cercano colaborador del realizador Won Kar Wai, Héroe vuelve al mismo punto de la aventura varias veces, igual que una sinfonía que trata de llegar a la última nota, en la búsqueda de una verdad imposible de alcanzar. Y, para convencernos de que somos testigos de una leyenda en marcha, se vale de actuaciones que tratan de fundirse con los paisajes, de poéticas escenas de artes marciales semejantes a las que vimos en El tigre y el dragón (quienes saben del tema se refieren a ellas como secuencias de wire-fu) y de una fotografía admirable que hace énfasis en cuatro colores distintos, el azul, el rojo, el verde y el blanco, mientras se suceden las versiones de la fábula que el guerrero pronuncia cada vez a menos pasos del señor de Qin.

Puede creerse que se trata de un homenaje a la obra del maestro japonés Akira Kurosawa (cuya película más conocida, Rashomon, revisa una misma historia desde cuatro puntos de vista) o que en el fondo se nos está diciendo que un héroe, piense lo que piense, es aquel que se sacrifica por la unidad de su pueblo. Pero lo que queda de este largometraje admirable, lo que uno recuerda semanas después de haberlo visto, son esas imágenes exactas que nos hablan de un mundo que sucede cuadro a cuadro: el combate a muerte entre Cielo largo y el asesino sin nombre, bajo el aguacero que no termina, al tiempo que un grupo de músicos puntea la melodía necesaria para seguir adelante; la avalancha de flechas que atraviesan las paredes, los techos y las puertas de una escuela de caligrafía; el viaje de regreso del narrador, cercado por un ejército de arqueros, en una escalera negra a la que no le temen los hombres que respiran con los pulmones del zen.