La cosa más dulce

Calificación: *. The Sweetest Thing. Año de producción: 2002. Dirección: Roger Kumble. Guión: Nancy Pimental. Actores: Cameron Díaz, Christina Appelgate, Thomas Jane, Selma Blair, Jason Bateman, Parker Posley.

Es incomprensible. Las tres actrices principales se dejan llevar por sus personajes, con todo su encanto y toda su energía, como si no fueran concientes del absurdo, como si le encontraran algún sentido a las escenas o pensaran que nadie las está filmando. Actúan a ciegas: cantan, bailan, se desvisten como si tuvieran quince años y pasaran un fin de semana con sus mejores amigas, como si de verdad hicieran parte de una historia divertida. Por eso, sólo por eso, vale la pena ver La cosa más dulce: porque uno recuerda, en medio de la peor vergüenza ajena, que todas las películas podrían ser un desastre. 

Y se hace, de paso, un par de preguntas que podrían definirlo como espectador. ¿Por qué falla una comedia como esta? ¿En verdad falla?, ¿la entiendo del todo?, ¿es, acaso, que no está hecha para personas como yo? Una película es mala, se sabe, cuando no cumple las promesas que ha hecho al comienzo. Y las promesas de La cosa más dulce se ejecutan, una por una, en el transcurso de su especie de trama. Así que, ¿por qué se tiene la sensación de haber visto la peor película del año? ¿Por qué no nos salimos del teatro?, ¿es aquella fascinación por lo burdo, lo mal hecho, lo mediocre, que nos lleva a ver Padres e hijos?

Sí, esta comedia no está hecha para personas como yo. Porque a las personas como yo, que no son pocas, les molestan los chistes que se repiten, las escenas que no conducen a nada, la imitación que bordea el plagio, la improvisación irresponsable y la irreverencia que no da en el blanco. La cosa más dulce cumple todas sus promesas –humor negro, mujeres fuertes y  esquizofrenia- pero lo hace sin el ingenio, la inspiración y la agudeza que hacen tan graciosas las vulgaridades de Loco por Mary. Si no nos salimos del teatro es porque hay que escribir la reseña. Y porque, en el fondo, no podemos creer en lo que estamos viendo.

He aquí a Cameron Díaz, Christina Appelgate y Selma Blair en los peores papeles de sus importantes carreras. Se lanzan al vacío sin una red de protección e interpretan las situaciones embarazosas del horrendo guión de Nancy Pimental con dedicación y respeto: a pesar del piercing que queda atrapado durante una sesión de sexo oral, del lavandero desprevenido que lame un saco manchado de ciertos fluidos corporales, del hoyo en la pared de un baño público, Díaz y sus dos compañeras de elenco creen, por completo, que son tres amigas divertidas y sin complejos que, en los tiempos de Sex and the City, emprenden la costosa búsqueda del amor. Su energía es admirable.

Pero la dirección del confuso Roger Kumble –que presentó, hace un par de años, un engendro titulado Juegos sexuales-, y los innumerables cabos sueltos de la historia, hacen de su interpretación un gesto deprimente e infructuoso. Por eso, sólo por eso, vale la pena ver La cosa más dulce: porque uno recuerda que las buenas películas son un milagro.