El hombre que nunca estuvo

Calificación: ****. Título original: The Man Who Wasn't There. Año de producción: 2001. Dirección: Joel Coen. Guión: Joel e Ethan Coen. Fotografía. Roger Deakins. Música: Cartel Burwell. Actores: Billy Bob Thornton, Frances McDormand, James Gandolfini, Jon Polito, Michael Badalucco, Tony Shalhoub.

No puede convertirse en una película invisible, una de esas que pasan por la cartelera así, sin más, y pronto se reducen a una caja, una sola, en los inmensos alquileres de video. No, no lo merece. El hombre que nunca estuvo es triste, absurda y elegante, como todas las obras de los hermanos Joel e Ethan Coen, realizadores de Fargo y Educando Arizona, y además, al tiempo que le hace un conmovedor homenaje a la atmósfera del cine negro norteamericano, logra darle vida a un estupendo personaje, Ed, el peluquero melancólico que, para conseguir los 10 mil dólares que pretende invertir en un nuevo negocio, el del lavado en seco, toma la decisión de chantajear a su esposa y a su jefe, el Gran Dave, porque desde hace algún tiempo mantienen un tormentoso romance. El plan resulta mal. Y entonces comienza la tragedia.

El hombre que nunca estuvo fue filmada en color por la cámara de Roger Deakins, pero ha sido editada en un blanco y negro impecable. De otra manera sería impensable: Ed, el peluquero, es un hombre impasible, frío, inalterable que tiene la conciencia y la mala suerte de los ángeles caídos que protagonizan las más cínicas historias policíacas. Su voz discreta narra, paso por paso, los errores cometidos. Y la historia que padece, llena de giros y accidentes, podría pertenecer a alguna de las novelas de los grandes maestros del género, si él, su protagonista, no careciera de instinto de supervivencia. 

Esa ha sido, desde siempre, la estrategia de los hermanos Coen: escriben juntos, Ethan produce y Joel dirige, y su mundo cambia de película en película. Son camaleones: su desesperanza y su incredulidad resultan poseídas, cada vez que realizan un nuevo largometraje, por el espíritu de los diferentes géneros cinematográficos. Pocos, como ellos, serían capaces de estrenar, a estas alturas de la historia del cine comercial, una película en blanco y negro. Si el relato lo necesita, claro, no dudarán nunca en hacerlo. De hecho, harán todo lo que la historia les pida: si se observa con paciencia Dónde estás hermano, su anterior producción, se descubre que lograron contar La Odisea, el poema de Homero, a través de las convenciones de la música country.

Como suele ocurrir con las películas de los hermanos Coen, cuando se asiste a El hombre que nunca estuvo se siente que lo que en realidad importa, más que la verosimilitud o la tensión dramática, es el efecto de las imágenes y los personajes en el espectador. Los ojos vacíos del peluquero, el pelo que cae al suelo de la barbería, el lamentable peluquín del hombre de negocios, la seguridad en sí mismo del abogado, el cuñado que se monta en un cerdo como si fuera un caballo de paso, el amor incondicional de la niña que aprende a tocar a Beethoven en el piano: ver esta película inquieta, afecta y deja todas esas escenas. Dejarla pasar sería un gran error.