Rembrandt y Goya

Calificación: ***. Título original: Rembrandt. Año de producción: 1999. Guión y Dirección: Charles Matton. Actores: Klaus María Brandauer, Romane Bohringer, Jean Rochefort.

Calificación: ***. Título original: Goya en Burdeos. Año de producción: 1999. Guión y Dirección: Carlos Saura. Actores: Francisco Rabal, José Coronado, Maibel Verdú.

Rembrandt van Rijn se traslada a Amsterdam. Es 1630, su padre acaba de morir y tiene 24 años. Ya era un pintor reconocido en Leiden, su ciudad natal, pero es ahí, en Amsterdam, en donde conocerá a Hendrick van Uylemburgh, un marchante de obras que no sólo lo convertirá en el gran pintor, en el artista más respetado del momento, en el hombre próspero –con encargos que van desde una serie de retratos preciosistas hasta el inolvidable La lección de anatomía del doctor Tulp-, sino que le presentará a Saskia, con quien contraerá matrimonio, será feliz y tendrá un hijo, Titus, después de sufrir la pérdida de algunos más.

Con la muerte de Saskia, herida por las imágenes de tantos hijos muertos en sus brazos, comienza la caída del pintor. Y la apasionada película de Charles Matton. De un momento para otro, cercado por la envidia de los artistas y los aristócratas, sometido por la debilidad de sus amigos y la mediocridad de sus enemigos, Rembrandt se enfrenta, con rabia, a la estética y a los valores de su tiempo. El resultado es la bancarrota. Y la soledad. Y los recorridos por las desequilibradas calles de Amsterdam. Y las mejores pinturas, las más tenebrosas de toda su obra. 

Porque presenta al artista desde afuera, desde esos otros que no lo comprenden y lo destierran por ser superior a ellos, Rembrandt consigue narrar la desgracia de un hombre que sólo quiere pintar, que ya no entiende ni soporta el mundo sin sus lienzos, pero, porque al tiempo trata de ser una buena biografía, al final parece mal editada, mal contada. Goya en Burdeos, en cambio, es sólo una pintura que transcurre: nos lleva por las pesadillas de un Francisco de Goya, que, a los 82 años, exiliado en Burdeos, es visitado, noche tras noche, por la fiebre, el fantasma envenenado de la Duquesa de Alba y los recuerdos de una época de gloria. 

Sabemos, por un par de escenas, que Goya viajó de Zaragoza a Madrid, que desde el comienzo simpatizó con las ideas liberales y la ilustración, que descubrió su estilo gracias a Velázquez, al propio Rembrandt y a la imaginación de la naturaleza, y que un tiempo después, en 1794, inició una amistad con Cayetana, la Duquesa de Alba, que pronto se convirtió en el amor más importante de su vida.

No sabemos mucho más. Al gran Carlos Saura sólo le importa mostrar los monstruos que produce la razón, los espíritus que torturan al pintor, las sombras que comienzan a rodearlo. Para ello, y gracias a la labor del genial director de fotografía, Vittorio Storaro, se empeña en coreografiar cada escena, en reconstruir brillantemente sus pinturas y en presentar transparencias oportunamente, como si todo hiciera parte de una obra de teatro. Si lo fuera, y todos no dijeran cosas tan inteligentes todo el tiempo, quizás sería una obra inolvidable.